24 noviembre, 2013

La Comisión Europea y el Ministerio de Educación recogen en recientes recomendaciones y documentos la necesidad de impulsar la extensión del tiempo de aprendizaje y la adquisición de las competencias básicas como medidas de éxito educativo para todo el alumnado (INCLUD-ED, 2011; Comisión Europea, 2006; Comisión Europea, 2007).

Debemos reflexionar sobre nuestro trabajo y sobre el futuro que nos espera pero también sobre  los problemas que la educación y  los educadores debemos abordar en la actualidad. Se ha demostrado, partiendo de investigaciones científicas, que los indicadores más cercanos de la calidad de un centro educativo son los que aportan información relativa al valor del capital humano que han adquirido los alumnos, y la percepción de en qué medida, profesores y padres cumplen sus expectativas respecto a la institución escolar. Para ello, uno de los  aspectos importantes, es  conocer y tener en cuenta qué variables determinan el rendimiento del alumno y la capacidad de la propia organización escolar y sus integrantes (sobre todo, los docentes) para lograr las condiciones óptimas de aprendizaje.

El indicador más robusto de excelencia y excepcionalidad de la enseñanza (bien de un centro escolar en su conjunto o de un profesor) es el grado en el que los alumnos ponen en acto toda su capacidad potencial de aprender Si no llegamos a nuestros alumnos, si no somos capaces de motivarlos, si no somos capaces de “sacar lo mejor de cada uno de ellos”, estaremos colocando demasiados obstáculos en el camino que deben recorrer para  alcanzar esas competencias básicas necesarias, garantía de éxito educativo y por consiguiente de éxito personal y social.

Es evidente que el proceso mediante el cual cada alumno adquiere nuevas competencias y la forma en que los profesores tutorizan y dirigen dicho proceso, debe ser diferente en cada alumno. No podemos ni debemos estandarizar la enseñanza ya que la singularidad “del potencial de desarrollo cognitivo y emocional” que se deriva de las inteligencias de cada persona, y de sus estilos de aprendizaje, demanda formas de enseñanza personalizadas, o individualizadas, que aseguren que todos los alumnos puedan tener la misma oportunidad de aprender además de estar motivados para realizar el esfuerzo necesario en su proceso de enseñanza-aprendizaje. Las variables “oportunidad de aprender” y “esfuerzo por aprender” son básicas para que el alumno incorpore a su “conjunto de mercancías” cognitivas y emocionales otras nuevas competencias.

Vigotsky, en 1978, llama “Zona Próxima de Desarrollo” (ZPD) a la distancia entre el nivel de desarrollo efectivo del alumno (aquello que es capaz de hacer por sí solo) y el nivel de desarrollo potencial (aquello que sería capaz de hacer con la ayuda de un adulto o un compañero más capaz). Es precisamente, en la ZDP, en la que, primero bajo la orientación y ayuda del profesor y, después, de forma autónoma, compartiendo experiencias, es donde el alumno aprende de forma cada vez más independiente e internalizada.

Por tanto, el alumno tendrá la posibilidad de aprender si la información que le proporciona el profesor directa (a través de su actuación docente) o indirectamente (con el apoyo de todos los medios que pone a disposición de los alumnos):

  • Puede procesarla y asimilarla con los recursos cognitivos y emocionales que posee.
  • Le es, al menos en parte, nueva.
  • Le llega de forma compatible con su estilo cognitivo.
  • Se ajusta en cantidad y en dificultad al tiempo que precisa para comprenderla y consolidarla.

Pero además, es muy importante tener bien presente que también será necesario estar motivado y aportar el refuerzo necesario para, primero prestar atención a la nueva información, y después realizar el trabajo que requiere integrarla en su sistema cognitivo.

Cuando revisemos y reflexionemos sobre nuestra práctica docente, debemos plantearnos las siguientes cuestiones: ¿conozco bien el estilo cognitivo de mis alumnos, su ruta de aprendizaje?, ¿traslado informaciones relevantes y adaptadas a las necesidades de cada alumno?, ¿adapto mi metodología a la clase en su globalidad pero también a la individualidad?, ¿están motivados mis alumnos? o ¿gradúo adecuadamente la cantidad y la dificultad de los contenidos abordados?.

El Informe “Equality of Educational Opportunity” (conocido como “Informe Coleman”), publicado en 1966, generó una corriente de pesimismo respecto de la capacidad de la institución escolar para compensar los déficits sociales y familiares de los alumnos desfavorecidos, ya que su conclusión fue que la institución escolar no es capaz de realizar un aporte significativo al rendimiento instructivo. Pero este Informe nace de la presunción de que la alta calidad es posible; existen diferencias en eficiencia y efectividad entre escuelas y profesores  en sus aportaciones al rendimiento de sus alumnos y hay organizaciones escolares y profesores de calidad, tanto en su aportación al enriquecimiento competencial de sus alumnos y en cuanto a la eliminación de los efectos negativos en determinados entornos desfavorecidos social, cultural y económicamente (Ruter,1987; Gordon Rouse y Cashin,2000 ; Gordon Rouse,2001; OCDE.,2011).

Me gustaría trasladaros algunos de  los tips (consejos) para la excelencia que  platea Reuven Feurstein (Dynamic assessments of cognitive modificability):

  • Cada alumno tiene determinadas fortalezas para el aprendizaje: corresponde al profesor identificarlas y ajustar la enseñanza a las mismas.
  • Un alumno aprende si tiene oportunidad de aprender y aporta el esfuerzo necesario para aprender: ambas variables son sensibles a la acción de los profesionales de la enseñanza.
  • Si un alumno tiene un comportamiento inadecuado y perturbador,  no lo atribuya, en primer lugar, a su supuesta –perversidad natural-:piense si los que usted está enseñando está en condiciones de entenderlo y asimilarlo, y también si percibe su utilidad.
  • El profesor tiene éxito si el alumno tiene éxito.
  • Atribuir al alumno más capacidad de la que realmente tiene es un error, que detectará el profesor más pronto que tarde; considerar que tiene menos puede no tener otra manifestación que la de condenar al alumno a la mediocridad sin justificación alguna.
  • Casi siempre las causas de nuestros errores tienen origen en nuestra propia incapacidad: aceptar este hecho es requisito para subsanarlos, y un ejercicio de realismo.
  • Sea generoso al atribuir competencia para el aprendizaje a sus alumnos.
  • La persona, el alumno también (y el profesor), necesita que se les reconozcan y valoren sus éxitos, siendo este reconocimiento y valoración un factor motivacional de primer orden.
  • No tema a la autonomía del alumno, ni la confunda con laissez-faire: si el alumno autorregula su trabajo aportando el esfuerzo necesario para aprender, ambos, profesor y alumno, actúan conforme a la pedagogía auténtica.
  • Un alumno con limitaciones personales no tiene un problema: el problema, si existe, es del profesor y del centro escolar sino han sabido crear las condiciones para que, pueda poner en acto todo su potencial de aprendizaje mediante una adecuada adaptación de la enseñanza y del entorno.
  • Cuando una cualidad del alumno que influye en su  aprendizaje no es modificable por la acción escolar, es necesario modificar la acción escolar para que se adapte a la cualidad.
  • Cada alumno tiene una “mejor vía” (estilo de aprendizaje o estilo cognitivo) a través de la que alcanzará a tener oportunidad de aprender de la forma más eficiente, y por consiguiente mayor motivación: al profesional docente le corresponde descubrirla y utilizarla.

Por supuesto, si logramos crear estas condiciones necesarias que permiten a cada alumno aprender, partiendo de la motivación y el esfuerzo necesario, estaremos creando unas bases firmes para que exista un clima convivencial positivo en el aula ya que la satisfacción individual genera bienestar grupal y por ende, implicación.

Como docentes, debemos ser muy conscientes de la gran  tarea que llevamos “entre manos” y también de todas las posibilidades que se nos ofrecen, siempre que nuestra autoestima como personas y como profesionales esté bien consolidada. Debemos creer en nosotros mismos y en nuestro poder para mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje,  para posteriormente creer en nuestros alumnos con sus potencialidades diversas e individuales. Me parece que estos consejos encierran unas claves básicas para el optimismo pedagógico pero  a su vez requieren de un esfuerzo importante por nuestro parte, pero un esfuerzo  que merece la pena.

En este blog, he hecho mención sólo de  uno de los indicadores de excelencia y calidad educativa pero, por supuesto, existen otros que merecen su exposición en artículos posteriores: el docente como mánager, la comunidad profesional y  el espacio laboral (la clase).