8 julio, 2013

Este título lo he tomado prestado. Lo emplea Andrés Pérez en un artículo aparecido recientemente en las páginas de economía de un periódico nacional, para referirse a los conferenciantes motivacionales, genuinos primos hermanos de los telepredicadores, de los gurús de la felicidad y otras hierbas emocionales. Nos dice en ese artículo que hay que ser muy crítico con esa tendencia actual de reducir los problemas a eslóganes y frases buenistas, tan abundantes en las manifestaciones y en las redes sociales, que pretenden que no hay problema que se resista al “poder de la mente” y que basta con tener una “actitud positiva” frente a lo adverso para que todo, sin más, empiece a solucionarse. Ni la menor mención al esfuerzo, la responsabilidad o la paciencia. Nada, tú te lo mereces todo y si lo deseas de verdad acabará por llegar. Ése es el secreto: Yes, you can!  Y todo en cuatro palabras.Todo esto viene a cuento de la imparable implantación de las redes sociales y de las páginas digitales como abrevaderos y fuente de referencia de adolescentes y jóvenes, dispuestos a vivirlas como su territorio alternativo y propio donde buscar orientación y donde poder reconocerse, una dimensión fascinante ornada con esa aura mítica de lo original al margen de lo establecido, un espacio que les proporciona la ilusión de tener para su uso inmediato conocimientos, tendencias, novedades, modas y pautas de pensamiento chisporroteantes y repletas de brillo, cuya volcánica oferta nunca parece tener fin. El adolescente adscrito a ese espacio, aislado del mundo real pero al mismo tiempo “conectado”, está convencido de tener el mundo, mejor dicho, lo mejor del mundo, al alcance de su teclado, y contempla el resto, es decir, todo lo que no pasa a través de la web o lo que le ofrecen otras instancias (educativas, familiares, etc.) como un paréntesis pelmazo que le interrumpe sus zambullidas en esa nube de sensaciones y propuestas novedosas, jamás complicadas, que le emocionan aunque al mismo tiempo, y sin que se den cuenta, le paralicen.

En 140 caracteres, como explicaba el artículo, no hay mucho espacio para ofrecer una propuesta valiosa o para hacerle a uno pensar en algo demasiado consistente. El denominado “nanoblogging”, los propios SMS o los tweets lanzados a la red con aspiraciones de “pensamiento”, idea básica, reflexión más o menos profunda, razonamiento pertinente o análisis incontestable con ínfulas de trascendencia, se limitan simplemente a sonar bonito y rara vez superan el nivel de las onomatopeyas. Aun así, por el mero hecho de estar ahí en la red y sus aledaños, es como si ya tuvieran adjudicado el valor de “argumentos de peso”, la voz de la sabiduría surgida del propio pueblo soberano que la nutre… Las redes sociales se han entronizado como el nuevo planeta “democrático” en el que todos pueden opinar, contar su vida, dejar sus gracias o criticar todo. Allí recalan también muchos iluminados e inventores de papeles de envolver, deseosos de que su voz y sus ocurrencias, sin más soporte que el de “porque lo digo yo”, marquen tendencia entre sus ávidos y poco formados lectores. ¿Qué es lo que pretenden? Su gran aspiración es la de ser guías mediáticos alternativos, tener una legión de seguidores o followers y resplandecer, con un brillo de lucecita de noche, aupándose en el ranking de “lo más” en entradas de la red.

Navegar por esa telaraña mundial, manteniendo encendido el móvil o la tableta a todas horas y en todo lugar por sagrado que sea (casa, centro escolar, etc.), es estar siempre conectado al último suspiro que llega de alguien más o menos conocido, en forma de mensaje sincopado. El adolescente, ávido de crearse su propio mundo, se aleja de lo real físico y se escapa a un mundo virtual en el que busca todo lo que cree que le va a servir para llenar su armario con pensamientos, aspiraciones y expectativas. Está deseoso de capturar algo potente y deseable en un solo instante, cualquier cosa, con la ilusión de que le colme y le suene a nueva. ¿Y dónde puede encontrar pistas válidas que le abran los ojos acerca de la moda, la diversión, el estudio, las relaciones con el otro sexo, las amistades, e incluso que tracen rutas y valores acerca de la vida en sociedad, la religión, etc.? Pues en ese escaparate mundial del todo a cien en el que hay de todo por el mismo precio y donde, en medio de ese aluvión de ofertas permanentes al alcance con un click, no existen por fin filtros ni controles de calidad que establezcan unas fronteras bien delimitadas entre lo absurdo, lo superficial, lo curioso, lo gracioso, lo perverso, lo esencial, lo inútil, lo peligroso y lo imprescindible.

Qué fácil es, cada uno puede entrar en ese Ikea virtual y armar el mueble que quiera con las piezas simpáticas y positivas que le apetezca, cuanto más inesperadas e insólitas mejor aún, porque así serás mucho más original. Venga, a qué esperas, no seas un pardillo, ahora todo es muy sencillo y no como antes, en que los jóvenes no se enteraban de nada hasta muy tarde… No hay que ser muy espabilado para darse cuenta de que ese magma inabarcable de sugerencias mediáticas, que parecen ofrecer soluciones sin fin para cualquier demanda, evitándole a uno todo esfuerzo para hacer así la vida más cómoda, es un espejismo anestesiante. El adolescente se siente capaz de conducir su coche existencial sin una auténtica cartografía previa de la vida y del tiempo, siguiendo ese GPS que le va susurrando dónde debe girar o desviarse, guiándole como se guía a un ciego, para que su cabeza no gaste un gramo de energía en tener que aprender por anticipado una ruta personal fiable. Estar hiper-comunicado de esa manera se identifica con estar realmente relacionado, aunque no haya diálogo, y acceder a esa paella de sabores le hace creer que domina todo lo que merece la pena. Bendita ilusión.

El adolescente que se entrega sin pausa a esa comodidad que le evita pensar con profundidad, contrastar, leer, debatir y analizar críticamente, acaba por creer que en esta vida siempre hay “soluciones” que le van a llegar (o que le tienen que dar) cuando las necesite, para sacarle de cualquier apuro, en un providencialismo que “está ahí” (¡?) para evitar las preocupaciones y las engorrosas responsabilidades, y además con la “garantía” de que está felizmente al día y no necesita nada más. Todo está ya hecho, tú sólo tienes que acercarte a ese almacén de propuestas simplistas, radicales o blanditas según tus gustos, ese cajón inacabable repleto de contenidos siempre comprensivos y tolerantes con tu imparable libertad, y surtirte de lo que te apetezca. ¡Qué más quieres, chaval! Eso sí, sólo te piden que las aceptes sin ponerles un pero, que para eso son gratis.

Hay un inmenso Ikea emocional de baratillo pululando por las redes sociales, un batiburrillo de instrumentos de cartón-piedra con apariencia de solidez, un montón de ladrillos aparentemente válidos para construir y solucionar cualquier cosa sin esfuerzo ni compromiso. No está de más alertar a los alumnos acerca de que andar por el desierto en que a veces se convierte la vida, creyendo que esos falsos oasis son suficientes para calmar la sed, no deja de ser una película más, barata y pobretona, de las muchas que nos tratan de vender esos mercachifles del fundamentalismo de lo minúsculo, de lo banal y del “todo vale”.