23 marzo, 2014

Siempre que se aproximan los periodos de matriculación, las familias empiezan a acercarse a los centros educativos tratando de elegir el sitio que sería más adecuado para sus hijos e hijas. Y, en la mayor parte de las ocasiones, resulta realmente complicado encontrar elementos diferenciadores dentro del sistema educativo español. Aparte de las opciones más básicas relacionadas con el bilingüismo o la atención a la diversidad, nos encontramos con muy pocas señas de identidad que sean capaces de distinguir a un centro en concreto.

Esto ha hecho que la naturaleza de los institutos esté marcada, únicamente, por el lugar donde se encuentran, el tipo de alumnado que tienen y si se han embarcado o no en determinados proyectos institucionales que se oferten en su Comunidad Autónoma. Una familia que no conoce ese centro puede escuchar al director hablar sobre la calidad de sus profesores, o sobre los resultados académicos, pero resulta bastante insólito que se hable de lo verdaderamente importante: la única cuestión que realmente vertebra el proceso educativo de principio a fin es la metodología, y también el centro de interés que, si existe, aglutina todos los procesos entorno a una idea central.

Si nos fijamos en este concepto, comprenderemos que es una de las cuestiones que más puede darle identidad a un instituto. Hoy en día, están empezando a surgir propuestas donde, determinados centros educativos, realizan proyectos propios con los que se pretende establecer un cauce para desarrollar las unidades didácticas y las actividades. Esto sí representa un cambio significativo, ya que, al hacerlo, se planifican adecuadamente todas las actividades, se les da un eje temático que suele ser motivador, y todo el esfuerzo de los profesores forma parte de un sistema coherente bien organizado.

En Estados Unidos existe ya una gran tradición de escuelas públicas que hacen de un eje temático su elemento diferenciador. Son las magnet schools. Las cuestiones que comentaba antes, han hecho, de este tipo de centros, auténticos modelos de desarrollo e investigación educativa. Presentan, además, una media superior en las pruebas de nivel que otros centros públicos o privados de sus alrededores. Para hacerlo, han desarrollado estas propiedades “magnéticas” con su alumnado, contagiando a toda la comunidad educativa en el desarrollo del proyecto de centro. Esta es una de las bazas fundamentales que poseen las magnet schools, pero, para conseguirlo, es necesario contar con un apoyo constante por parte de las familias y la comunidad. De esta forma, los directores de estos centros se convierten en gestores capaces de aglutinar la participación de padres y madres, fundaciones y empresas. La comunidad educativa siente ese proyecto como propio y es capaz de colaborar de una forma constante en numerosas iniciativas.

Este punto, el compromiso del resto de la comunidad, es otra de las claves del éxito de la propuesta. No es lo mismo participar de vez en cuando que colaborar de verdad. Una familia que colabora cree en el centro y considera que apoyar sus propuestas es una forma de mejorarlo y hacerlo crecer. No es fácil construir este compromiso, pero cuando se produce, los resultados académicos suelen mejorar bastante. Fomentar la implicación de las familias siempre consigue un mayor respaldo al profesorado, así como una ayuda importante para que las dinámicas que se están trabajando lleguen a obtener los objetivos propuestos.

Por otro lado, el hecho de que fundaciones, museos o empresas, vean en la posibilidad de trabajar con el centro educativo una fórmula para mejorar y enriquecer a su comunidad también le da a estas propuestas un valor añadido. Ya no estamos hablando únicamente de los docentes y las familias del centro, sino también de la participación del resto de la comunidad. De esta forma, se consigue que el entorno se vuelva significativo para los estudiantes, y que las entidades cercanas al mismo piensen en la escuela como el mayor creador de riqueza de la sociedad. Porque la auténtica riqueza está ahí. En la educación, en las ideas. Y también en las relaciones humanas que las fomentan y las desarrollan.

Algunas de las más interesantes magnet schools americanas han conseguido transformar la realidad que les rodeaba por completo. Hay ejemplos de escuelas relacionadas con museos, con fundaciones artísticas, con entidades científicas… Muchas de ellas estaban en zonas muy desfavorecidas y se habían convertido en auténticos ghettos con muy poco nivel educativo. Sin embargo, al buscar un eje temático que daba identidad propia a la escuela, muchos estudiantes de diferentes niveles socioeconómicos comenzaron a acercarse a ellas. Poco después, lo que había sido una escuela sin perspectivas de mejora, se convirtió en un centro educativo con una gran diversidad, con una gran calidad educativa y con unas ganas inmensas por hacer del aprendizaje una aventura propia.

Quizá deberíamos plantearnos aquí este tipo de experiencias. Podrían enriquecer, y mucho, el trabajo en nuestros centros. Es cierto que la legislación no da tantas facilidades para el desarrollo de proyectos propios, pero se pueden llevar a cabo en una gran parte de los casos. Y si con eso conseguimos mejorar nuestros centros ¿por qué no intentarlo?