22 noviembre, 2014

 “Hace muchos años nació un planeta. Su nombre era “Algún Lugar” y tenía muchos problemas: sufría terremoto, huracanes y  volcanes en erupción que iban modificando su geografía… Algún lugar, de tanto cambiar, ya no sabía quién era y eso le entristecía. Su supervivencia era una lucha interminable.

¿Qué podía hacer Algún Lugar? En su desesperación, se volvió hacia su interior y se miró a sí mismo como nunca lo había hecho hasta entonces. Descubrió partes desconocidas hasta entonces, como capas de carbón negro, depósitos de petróleo y filones de oro, plata y piedras preciosas.

Y debajo de todo esto, una región estable y pesada que ni siquiera la tormenta más violenta podía mover, empujar o deformar. Se trataba de un poderoso imán lleno de energía. Algún Lugar nunca había visto esa parte.

. – ¿Quién eres tú?- le preguntó.

– Yo soy tu núcleo. No tenía voz hasta que me encontraste. Ahora sabes que no estás solo. Yo soy tu fuerza y tu centro, te mantengo estable en tu sistema solar.

Ahora que nos conocemos, podemos mejorar juntos nuestro planeta.

Así Algún Lugar, encontró la alegría y aprendió a valorar los tesoros de su planeta”.

(Texto extraído de “Exploradores Emocionales” de Mercé Conangla y Jaume Soler).

Haciendo un paralelismo o analogía entre nuestro mundo exterior e  interior, seguro que al leer esta historia, nos vienen a nuestros recuerdos alumnos que sufren terremotos, volcanes, huracanes,…. como consecuencia de situaciones difíciles, bien generadas por su entorno próximo o por otros posibles trastornos. Seguramente, en estos casos se producen interacciones caracterizadas por conductas inadecuadas generadoras de  una mala comunicación entre iguales, entre alumno-profesor y que  por supuesto perjudican el clima del aula.

Sabemos también que la comunicación es fundamental es nuestras vidas pero únicamente la comunicación positiva facilita y garantiza una buena calidad de las interacciones  en los distintos entornos y  también, el escolar. En muchas ocasiones, a veces sin ser conscientes de ello, los docentes adoptamos conductas que bloquean la comunicación con nuestros alumnos, como pueden ser:

  • Los juicios moralistas : Se culpabiliza, se rebaja a alguien, se etiqueta, se critica, se hacen diagnósticos. O se analiza y clasifica y se adoptan actitudes de defensa. Otras veces, se piensa que el conflicto se debe a una actitud equivocada del alumno y no de nosotros  mismos.
  •  Las comparaciones: Detrás de cada comparación hay una demostración de falta de confianza en ese alumno (por ejemplo: “Luis  siempre termina rápidamente el ejercicio y tú, Pedro,  siempre el último”).
  • La negación de la responsabilidad: no se quiere asumir la verdadera implicación o responsabilidad personal ante un hecho porque cuando algo no funciona resulta más fácil pensar que son los demás culpables.

 La escucha activa es la habilidad más potente, interesante y útil que nos ayuda a empatizar y comprender lo que está ocurriendo en el interior de cada alumno, para poder llegar así a descubrir ese “imán o fuerza interior”  que posee cada uno  y en definitiva establecer una auténtica comunicación positiva facilitadora de unas interacciones que enriquecen al ser humano (alumno) como persona sociable, que es por naturaleza. Se entiende por comunicación positiva, aquella mediante la cual cada persona expresa lo que piensa, siente y desea de modo claro y directo, sin afectar o dañar a los demás. Implica la expresión libre y la defensa de los derechos personales, pero teniendo en cuenta los sentimientos, necesidades, deseos y derechos de los demás.

Pero ¿qué implica realmente una escucha activa auténtica?

  • Tener una actitud personal de ponerse en el lugar del alumno  para poder comprender lo que está diciendo o lo que está sintiendo.
  • Prestar mucha atención tanto lenguaje verbal como no verbal, observando los hechos desde la neutralidad, describiéndolos sin añadir opiniones, interpretaciones, críticas negativas o  juicios inoportunos.
  • Demostrar comprensión y aceptación mediante determinados comportamientos no verbales: tono suave de voz, expresión facial y gestos acogedores, contacto visual y postura corporal receptiva.
  • Evitar las respuestas que amenazan, sermonean, consuelan, desaprueban, ironizan, insultan, interrogan puesto que de esta forma no estamos favoreciendo que el alumno se sienta comprendido y, por tanto, no cuente lo que le ocurre.
  • Expresar nuestros sentimientos y saber captar los sentimientos de la persona con la que nos estamos comunicando, percibiendo aquellos que son agradables porque han satisfecho nuestra necesidad o desagradables porque hay necesidades insatisfechas.
  • Detectar necesidades, tomando conciencia de qué necesidades tanto nuestras como del alumno han sido satisfechas y cuáles no. Sólo cuando uno se hace consciente de una necesidad no satisfecha, podrá formular peticiones de forma positiva.
  • Saber mirar al alumno por dentro, llegar a descubrir su “imán”, sus “tesoros más escondidos” y no dedicarnos exclusivamente a juzgar sus conductas y emitir juicios moralistas cuya única consecuencia es mayor distanciamiento hacia la persona que tenemos enfrente. Detrás de cada conducta inadecuada debemos descubrir esa parte oculta del iceberg (necesidades insatisfechas, inseguridad, frustración, miedo, …que generan ansiedad e inestabilidad emocional plasmada en conductas inadecuadas y agresivas verbal y físicamente.
  • Y por último formular peticiones de forma positiva, expresando lo que pedimos y queremos con claridad, formulando peticiones concretas además de pedir confirmación de lo que hemos dicho: sentimientos, pensamientos, deseos que ha suscitado en la otra persona.

El profesor debe ser un modelo adecuado de escucha activa pero esto no es suficiente, debemos enseñar a nuestros alumnos a escuchar activamente a través de la práctica y el entrenamiento en determinadas técnicas como:

.- Mostrar interés al interlocutor tanto de forma no verbal (mirar a los ojos, mover afirmativamente  la cabeza, hacer gestos de aprobación,..) o verbal (utilizando palabras neutras que no hagan daño al otro). Enseñarles expresiones  como ¿Qué me quieres decir? u  otras de este tipo.

.- Utilizar un lenguaje positivo que haga fluir el respeto, el cariño, la comprensión, la calma.

.- Aprender a ser unos buenos exploradores emocionales, para identificar las emociones propias y controlar aquellas  cuya  intensidad hacen daño a uno mismo y/o a los demás.

.- Saber mirar el interior de la persona con la que me estoy comunicando, e intentar comprender las emociones que está viviendo y porqué. En definitiva saber usar esas gafas mágicas de la empatía.

.- Practicar técnicas específicas de escucha activa: Clarificar para que el  mensaje sea más claro y podamos obtener la información necesaria para comprender mejor lo que la otra persona está diciendo;  Parafrasear (repetir en palabras propias las principales ideas o pensamientos expresados por el que habla. Por ejemplo: “Entonces te ha molestado que te cogiera el estuche sin permiso ¿verdad?”); Reflejar: decir con las propias palabras  los sentimientos que existen en la parte oculta del iceberg de ese compañero (“Te duele que no hayan contado  contigo para jugar el partido durante el recreo”) y Resumir: reunir toda la información recibida.

De esta forma podremos crear un clima positivo de aula en el que los alumnos encuentran la satisfacción de sus necesidades y el profesor se convierte en  un compañero de viaje con quien poder enfrentar las dificultades y darse ánimos mutuamente. Sabemos que en los momentos difíciles, la relación con las personas a las que queremos adquiere un nuevo valor y se convierte en especial. Y como decía el final del relato, aprendamos  a valorar los tesoros propios y los  de los alumnos que nos rodean, los cuales nos  ayudan  a convertirnos en  seres humanos valiosos y necesarios.