Motivación, significa tener ganas de hacer algo. Se diferencia del simple deseo, porque incita a la acción (según la RAE, motivación es el“ensayo mental preparatorio de una acción para animar o animarse a ejecutarla con interés y diligencia”). Podríamos proponer la siguiente fórmula. Motivación = deseo + expectativas + facilitadores, entendiendo por deseo la apetencia por algo, las expectativas como la esperanza y las posibilidades futuras y los facilitadores como los mecanismos que nos ayudarán a conseguirlo (sea una persona, la voluntad, una beca, un beso, un consejo, una palabra, el dinero… o algo similar). Pero la motivación puede disminuir y surgir la falta de esperanza. Los alumnos y los profesores nos motivamos con la satisfacción que nos proporciona la propia actividad (la propia profesión, el trabajo, un examen, una nota, una “palmadita” en la espalda, una sonrisa…), la fluidez cotidiana y el bienestar de la acción lograda. La desesperanza viene con todo lo demás. Los niños quieren aprender a leer y a ser mayores. Los adolescentes quieren evitar el fracaso. Los niños no solo procesan información, debemos generar expectativas, desarrollar la capacidad de soportar el esfuerzo (continuado en el tiempo) y habituarles a posponer recompensas. Estas herramientas se asentarán en la adolescencia y serán definitivas en nuestro desarrollo vital. A partir de ahí, en el momento que se termina nuestra ilusión y nuestra curiosidad (sea por comer palomitas de sabores, saltar vallas o memorizar un listado de setas según su nombre científico), podemos cerrar nuestra puerta a la vida, echar la llave y tirarla al mar.
¿Cómo fomentamos nuestra ilusión y la curiosidad (profesores y alumnos)? Con casi todo y, sobre todo, con creatividad. La única capacidad humana desmesurada es la de crear, sea desde un punto de vista intelectual o emocional. Crear cosas buenas y cosas malas, claro está. Por ello, debemos ser capaces de romper el pequeño espacio en el que estamos confinados (profesores y alumnos) y ser capaces (con el ejemplo) de decir a nuestros adolescentes: inventa, crea, sé diferente, busca lo novedoso, imagina, fantasea… ¿Qué joven no fantasea? Lo trivial, lo predecible no nos conducirá muy lejos (quizás a aprobar un examen). Una quimera, una utopía, una fantasía, un ideal… sí. Y sí, el siguiente paso que debemos desear es que nuestros alumnos sean mejores que nosotros, superarnos en algo o en casi todo… (“¡Pobre discípulo el que no deja atrás a su maestro!”, afirmaba Leonardo Da Vinci) y ser “facilitadores” de su logro.
Esto es evolucionar (si se quiere en el sentido “darwiniano” de la selección natural). Damos educación para ser libres y responsables, para dirigir nuestra propia vida. La responsabilidad educativa es de los padres, pero en la sociedad actual es y debe ser común, aunque simplemente sea para quitar la razón al escritor irlandés George Bernard Shaw cuando decía “a muy temprana edad me vi obligado a interrumpir mi educación para ingresar en la escuela”. A parte de tener un poco de tirria a la institución docente, a Shaw le podía asistir algún tipo de razón (todos tenemos ejemplos en mente). En fin, creo que enseñar lo hacemos a diario en nuestra vida: en familia (a nuestros hijos, hermanos, padres, sobrinos, abuelos…), en el trabajo (como profesión o en cualquier ámbito laboral), en la sociedad en la que vivimos aunque, sin embargo y sobre todas las cosas, lo que verdaderamente hacemos es aprender.
Aprender. Así quedó de manifiesto en el Congreso internacional y Plan de Acción Mundial de Educación para los Derechos Humanos, la Paz y la Democracia (http://www.un-documents.net/wpa-ehrd.htm) de la UNESCO (Montreal, Canadá, 1993) y en el informe “La educación encierra un tesoro” de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI de la UNESCO bajo la presidencia de Jacques Delors (1996, http://www.unesco.org/ulis/cgi-bin/ulis.pl?catno=109590&set=4DB8175C_3_454&gp=1&lin=1&ll=1), donde se detallan las cuatro bases de la educación, a las que posteriormente, Federico Mayor Zaragoza (Director General de la UNESCO y Presidente de la Fundación Cultura de Paz), añadió dos más:
1. Aprender a conocer.
2. Aprender a hacer.
3. Aprender a ser.
4. Aprender a vivir juntos.
5. Aprender a emprender.
6. Aprender a atreverse.
Por todo ello y a modo de conclusión, para motivar, desear, crear expectativas, educar, aprender y ser facilitadores, debemos evitar la inercia, la rutina, la desidia, la dejadez, el “me da igual” (ir río abajo es siempre más fácil que remar a contra corriente)… ¿Y por qué enseñamos y por qué aprendemos? ¿Por qué necesitamos actualizar nuestro ordenador, unos pantalones, un teléfono, una falda, nuestro peinado o un jardín? ¿Son cuestiones físicas, psíquicas y/o de mantenimiento las que nos llevan a hacerlo? ¿Por qué necesitamos estar al día con el último “cacharro” tecnológico, ver la última serie de televisión, criticar la reciente película, escuchar el loado disco de un nuevo artista, disfrutar con la última novela de un autor desconocido (update yourself, que diría el otro)? ¿Se trata de una necesidad para actualizar/alimentar nuestro cerebro? Simplemente, por motivación, por ilusión, por creatividad, por enseñar y por aprender.