4 noviembre, 2013

Acabamos de celebrar la fiesta de Halloween en la escuela, comenzamos por casualidad a realizar una serie de actividades aprovechando que la compañera de inglés lo abordaba en su área como una tradición del ámbito anglosajón, y con los años ha terminado convirtiéndose en fiesta de guardar en la escuela.

Con el paso del tiempo, todo se ha ido transformando, de una simple fiesta de disfraces, a construir en un pequeño proyecto con el fin de aprovechar el interés y abordar cómo nos sentimos con aquellas cosas que nos dan miedo, todo aquello que nos inquieta y nos ronda por las noches surge de manera más espontánea cuando se comparte en clase en el contexto de una actividad de este tipo, nos está dando mucho juego, sobre todo con aquellos más reticentes a expresar sus emcociones, especialmente con ese sector que siente que puede ser vulnerables por expresar emociones en público.

Al repetrise la actividad curso tras curso, vamos observando como los miedos cambian, los temores se transforman, como no pude ser de otra manera también van cambiando las maneras de expresarlo, si cuando tienes dos o tres años eres abierto y franco, el paso de los años va enterrando tu expresividad hacia tu mundo interior, vamos dejando debajo de la alfombra las emociones.

“Yo, ya soy valiente” decía el otro día uno de mis niños cuando aparecieron arañas y bichos de plástico, ha crecido y se atreve a tocar y jugar con el objeto de terror hasta hace poco, se muestra dispuesto a reconocerlo y mostrar su satisfacción, sin embargo, un poco más allá, mohines y miradas supuestamente perdidas intentan disimular y que no les preguntemos, sin forzar vamos tirando del hilo y salen muchas más cosas, cada uno desde su perspectiva va aportando al grupo, y el grupo por su parte, va arropando y apoyando estas “confesiones”.

La importancia de los iguales se hace muy patente, al tiempo que inhibe la expresión por miedo a ser ridiculizado por miedoso, es un bálsamo cuando se deja salir lo que nos angustia, se arropan, se apoyan, se consuelan, se proporcionan información sobre como superar ese miedo o cómo lo afrontaron ellos cuando les paso.

Nuestro papel no ha sido fácil, morderse la lengua y no intervenir, no dar la solución rápida y adulta nos ha costado, pero hemos intentando no ser un obstaculo para la comunicación, ser mediadores de un proceso de ayuda, en un momento muy concreto y restringuido aún ámbito muy específico, cierto, pero ha sido muy enriquecedor.

¿Por qué no lo hacemos más a menudo? ¿Por qué todo gira sobre nuestra opinión y nuestra visión del mundo?

¿Podemos sistematizar esta labor a otros ámbitos como la resolución de conflictos en el aula o la adopción de buenos hábitos de cuidado de uno mismo?

 Estoy convencido que se puede llevar, no cabe duda que se debe, pero como nos cuesta no intervenir como os decía antes, que tendencia tenemos los adultos a simplificar, categorizar y resolver sin da tiempo a la maduración, en ocasiones las cosas no salen solas, necesitamos apoyos y ayudas para dejar salir lo que nos angustia, bien es cierto que a muchos nos educaron en “los niños no lloran”, tampoco recibimos una formación en este ámbito a lo largo de nuestra formación inicial como maestros, ¿qué hacer entonces?

Debemos replantearnos nuestro modo de afrontar las emociones ajenas, sin duda leer, formarse es imprescindible, repensar la escuela para que forme la expresión de la emoción sería el siguiente paso ¿cómo actuamos en el aula? ¿Y a nivel de centro?

El primer paso, dejar de ser el centro, dejar de ser la respuesta a todas las preguntas, comencemos por ser referente pero no principio y fin de todo, expresemos nuestras propias emociones, recogamos la aportación de nuestros niños para con nuestros propios conflictos internos, aprovechemos su sabiduria para ayudarles a construir su propio yo, posiblemente compartiendo nuestros miedos ellos serán capaces de compartir los suyos con nosotros.