La otra tarde estaba dando un repaso rápido por los programas de las distintas cadenas de televisión y en una de ellas una chica muy joven, micrófono en ristre, explicaba con excelentes dicción y construcción gramatical que el botellón nocturno, el probar todo tipo de alcohol en grupo, el estar en un jardín público trasegando hasta la salida del sol y el ponerse hasta las trancas de todo lo que pillaran, era algo tan natural y definitorio de la manera de ser joven hoy en día como lo fue en su momento, para los padres que tratan de ponerles freno interfiriendo ahora en sus costumbres juveniles y poniéndoles a caldo por hacer algo que es de su exclusiva incumbencia… el escuchar a los Beatles. Si en aquellos entonces los amigos se reunían para oír esa música del famoso grupo inglés, y eso era lo que les hacía sentirse bien pese a que los padres de antaño, sus abuelos, decían que era una música ratonera que afectaba, quién sabe cómo, las neuronas de sus hijos, ¿por qué hay que impedir que los jóvenes de ahora se diviertan a su manera, haciendo otras cosas que les gustan?
No quiero ponerme metafísico, como le decía don Quijote a Sancho, pero parafraseando a un señor mayor de mi pueblo que trataba de razonar en un concejo con un vecino que le estaba calentando la cabeza de mala manera, “me paice a mí que a anguno de estos críos les hace falta anguna aclaración” de lo más elemental acerca de la teoría de conjuntos, en la que se nos dice que en pura lógica no cabe meter en el mismo saco churras y merinas, velocidad y tocino, noche y día, o mar y agua como le pasaba a la pobre paloma de Alberti, la que se equivocaba. ¡Ah!, ya. Sí, ya estoy viendo la cara de todos los padres y profesores que me están diciendo que, en materia de diversión a base de noche y botellón, los adolescentes y jóvenes que lo practican no entienden de argumentos racionales sobre la incoherencia radical de poner en un mismo nivel oír la música de un grupo mítico e ingerir alcohol.
Los factores más relevantes asociados al consumo de alcohol entre los adolescentes y jóvenes que predicen un consumo abusivo, sobre todo en fin de semana, son el contar con un modelo de ocio basado en asistir a fiestas, pertenecer a grupos donde la gran mayoría ha tomado bebidas alcohólicas, la participación regular en botellones y regresar a casa a altas horas de la madrugada. Hay más factores de riesgo (problemas familiares serios, carencias afectivas en la familia, etc.), sin olvidar por supuesto el enorme simbolismo cultural que tiene para muchos adolescentes de hoy el consumo de alcohol: rito colectivo de iniciación en la vida adulta, medio para liberarse de condicionamientos internos como miedos, timidez o ansiedad, “reformulación” de la personalidad, puerta de la “alegría y felicidad” y, cómo no, recurso para ponerse en la misma onda que los demás (El adolescente y sus retos. Gerardo Castillo Ceballos). ¿Quién puede prevenir y frenar todo eso? Una tarea de héroes.
Hace años Jean-François Revel escribió un libro seminal titulado El conocimiento inútil, en el que decía que la acumulación en estos tiempos de evidencias objetivas y de conocimientos ciertos no servía a veces para nada, porque algunas ideologías e intereses los ignoraban o los tergiversaban a su conveniencia. Una expresión más del relativismo que elimina de cuajo la existencia de las verdades, echándolas en la marmita del potaje inabordable de la confusa realidad. El filósofo presocrático Parménides se quedaría ahora solo diciendo aquello tan rotundo acerca del “corazón impávido de la redonda verdad”, así que menuda misión la de tratar de convencer a los adolescentes que consumir alcohol a su edad, y sobre todo en forma de atracón, puede afectar el sistema nervioso central (interfiere en el desarrollo del cerebro, en especial la zona relacionada con la memoria, el aprendizaje y la planificación de tareas, produce alteraciones del rendimiento escolar así como comportamientos violentos y conductas peligrosas). A ellos, que se sienten invulnerables, cómo no, eso no les va a pasar nunca.
Hay una serie de mitos que circulan entre nuestros jóvenes acerca del alcohol y que la tozuda realidad, como decía antes, no logra desmontar, no hay tu tía. Por ejemplo que no pasa nada si sólo se bebe los fines de semana, o que el alcohol ayuda a superar el cansancio y estar más animado y en forma, o que combate el frío, o que es un alimento, o que es bueno para el corazón, o que el que aguanta el alcohol es porque es más fuerte… La euforia pasajera que buscan bebiendo es una mezcla de experimentación, no desentonar en el grupo y animarse a todo gas para olvidar los problemas. ¿Qué más da lo que diga esa panda de vejestorios que les dan la “charla”, cuando ellos están convencidos de que cuando se sale hay que beber para divertirse? Colocarse es un objetivo prioritario, tras haber cogido un poquito antes el “puntito”, y una vez llegados a ese grado de cuelgue, es decir, a “estar divertido” aunque no lo seas, no existe ya la conversación y la verdadera comunicación queda suplantada por el bullicio, la juerga ruidosa, las conductas inadecuadas o la bronca. Lo más de lo más, dónde va a parar.
La FAD acaba de promover una nueva campaña de sensibilización al respecto con el lema “Cada vez que te emborrachas te separas de las cosas que más te importan”, con un cartel en el que un chaval acaba de “potar” todo el alcohol que ha bebido. Prevenir el consumo de alcohol es una tarea compleja, pero no imposible y que debe anticiparse todo lo posible en la adolescencia. Consiste en esencia en una mezcla de información, desenmascaramiento de mitos (“los cubatas te pueden hacer estúpido, pero no divertido”, “ser alegre no es ponerse alegre”, etc.), generación de dudas razonables sobre sus pretendidas ventajas, presentación de alternativas de ocio, mejora de la competencia social en habilidades de auto-afirmación y oposición asertiva, aclaración de valores, etc., cuyos programas concretos se pueden encontrar asimismo en la programación de la FAD.
De acuerdo, tal vez no se pueda eliminar radicalmente que los adolescentes que salen de noche prueben el alcohol, pero sí es posible que guarden una distancia muy crítica sobre ello, bien sea haciendo un consumo insignificante o bien participando de un sentir grupal contrario acerca del hecho de tener que beber porque sí. ¿De qué manera? Sin charlas apocalípticas, facilitando que, como vimos antes, llegue al aula una visualización de las extrañas expectativas del alcohol, la fiesta o el desmadre que le suele acompañar, para que los alumnos hablen y logren compartir y debatir acerca del trasfondo de ese “consumo conversacional” que muchas veces es el germen casi imparable que les impele a ponerse hasta arriba de todo, como un rito de iniciación que les hace creer que son por fin distintos, únicos y guays del Paraguay por ingerir alcohol.
Ir contra corriente, contra el rebaño, sí que le hace a uno más interesante. La música de los Beatles sigue inspirando todavía por su originalidad y belleza, pero el botellón, mi querida muchacha del programa vespertino de la televisión, sólo te dejará un recuerdo de cómo intoxicabas tu vida instalándote en la inmadurez.