Que levante la mano aquél al que no se le haya quedado la cara un poco a cuadros cuando llegó a su conocimiento que en las denominadas “redes sociales”, como Facebook o Twitter, cualquier chaval o chavala de por ejemplo no más de trece años tenía la friolera de trescientos o cuatropecientos “amigos” o “seguidores”… y por todo el mundo mundial. ¡Ahí es nada! Y para más sorpresa ese número podía aumentar un día en veinte más de una sola tacada, y sin perder el aliento. La profunda necesidad de comunicación que tienen los adolescentes, así como su ansia por potenciar la propia imagen (enviando imágenes propias y mensajes) y su deseo de adquirir relieve y valoración personal, parece haberse colmado por fin a lo grande gracias a la aparición de estos inventos tecnológicos de última generación, con las teclas del ordenador y el móvil para tener el mundo a su alcance y crear un refugio inmenso de aceptación, un espacio social seguro.
Es innegable que los alumnos adolescentes se vuelven hacia sus iguales buscando modelos acerca de cómo vivir la adolescencia, y si la tecnología les abre un abanico de opciones -por muy virtuales e “imposibles” que nos parezcan a los adultos- de conectar con gentes de similares o parecidas sensibilidad y apetencias, su respuesta entusiasta será irrefrenable. Dejando de lado otros aspectos no menos importantes, y a veces peligrosos, en este asunto de las redes sociales en los canales tecnológicos, hay uno que no conviene dejar de lado y que tiene que ver precisamente con la degeneración o pérdida de esencia y entidad que puede sufrir la palabra amigo. En su sentido genuino un amigo es alguien por el que se siente un afecto personal puro y desinteresado, que suele ser recíproco y que nace y se fortalece con el trato. ¿Hay dosis sustanciales, es decir, con sustancia, de todo ello entre los ni-se-sabe-cuántos “amigüitos digitales”? Porque los amigos que reúnen estas características suelen estar físicamente bastante a mano y con ellos se comparten momentos vitales, experiencias, ayudas, dudas, agobios y, especialmente, apoyos sociales.
Ciertamente los “amigos espaciales” de Internet, con los que nunca se ha tenido un contacto ni una relación cara a cara, ofrecen ciertas compensaciones: remedan algo parecido a la atención y la compañía con su contundente y constante presencia masiva en una pantalla. Pero por el hecho de que es posible compartir con ellos una alta frecuencia de mensajes, imágenes y alguna que otra confidencia, pueden contribuir a desvirtuar el sentido de lo que debe ser un amigo. No hay que olvidar que a esas edades la fascinación por el espejismo que desprende esa multitud de nombres y rostros que se consumen en un constante trasiego digital, puede hacerles creer que es suficiente con saber manejarse en ese estilo de intercambios, de tal modo que, en lo que se refiere a las relaciones interpersonales más inmediatas, tampoco habría que ir más allá… Los adolescentes perderían o atenuarían así el interés por saber gestionar una adecuada y enriquecedora red personal de contactos, de amigos de confianza, y la idea de la amistad verdadera, inundada por los fogonazos constantes de tantos invitados lejanos, correría el riesgo de volverse líquida.
Se puede tener el convencimiento de que nuestro alumnado adolescente aprenderá por ósmosis la cuestión de la amistad, como ha sucedido toda la vida, pero antes no existía esta multiplicación e invasiva presencia de lo tecnológico interfiriendo. Para contrarrestar esta más que posible deriva el docente tiene en su mano la ocasión de ofrecer al alumnado un acercamiento muy sustantivo y atractivo acerca de en qué consiste esa red personal y cómo crearla. ¿Por qué es sugestivo? Pues porque se refiere a un ámbito en el que desean ser expertos: el arte de tener amigos y amigas y saber defenderse con soltura y éxito entre ellos.
Para ello hay que partir de una indispensable aclaración de conceptos. De entre la multitud de relaciones interpersonales que alguien puede mantener (compañeros, conocidos, familiares, etc.) se pueden seleccionar aquéllas que de un modo subjetivo uno considere más importantes o significativas, y a ese grupo escogido es a lo que llamaremos red personal de contactos (RPC). Ahí es donde cabe colocar, entre otras personas cercanas, a los amigos. ¡Sólo las personas que están en la RPC son los verdaderos amigos! ¿Cómo se les reconoce? Pues porque con ellos es con quienes se comparte de manera especial algunos tipos muy concretos de apoyo social satisfactorio.
¿Qué son los apoyos sociales? Son el conjunto de transacciones interpersonales que implican la expresión de afecto positivo, la afirmación o respaldo de valores o creencias y la provisión de todo tipo de asistencia o ayuda (Kahn y Antonucci, 1980), de modo que el apoyo social de calidad es el ingrediente básico de las personas o contactos de una RPC, el cemento de la amistad. De acuerdo, dentro de lo que ocurre entre quienes integran una RPC hay también otras funciones (la facilitación, la oposición, la presión, el deseo de control, etc.), pero el apoyo social es lo más importante, lo que liga más positivamente a los amigos y los hace verdaderos.
El apoyo social básico es el apoyo emocional, y consiste en el trasvase mutuo de todas las muestras de estima, afecto, escucha y confianza entre esos amigos de la RPC. Otro apoyo importante es el evaluativo: dar y recibir opiniones sobre lo que hacemos y decimos para darnos cuenta de cómo nos perciben las personas que nos conocen y cuyos valiosos juicios sinceros sí nos importan. Por último hay un tercer gran tipo de apoyo social que le va a aclarar al adolescente si alguien merece estar en su RPC, el informativo-instrumental, en el que se incluyen los consejos, sugerencias, orientaciones, servicios, ayudas económicas, trabajos prestados, tiempo puesto a disposición, etc.
Organizar una o varias sesiones acerca de este asunto es como abrir ventanas en un muro para que a través de ellas tengan la oportunidad de pensar mejor cómo estructurar su vinculación social. Si los adolescentes dan un repaso a sus relaciones utilizando estas claves tratadas en el aula, se encontrarán en mejores condiciones de decidir sus amistades auténticas, enjuiciará mucho mejor quiénes son verdaderos amigos o amigas, se distanciará de los “amigotes” y sabrá si a su vez está ofreciendo, en su justa medida, esos mismos apoyos que le acreditarán como un verdadero amigo digno de confianza.