7 diciembre, 2015

Constatamos que niños y adolescentes de hoy se encuentran la casa vacía cuando llegan de la escuela. Es la generación que más sola está creciendo, produciéndose así una autoformación a través, básicamente, del grupo de amigos y los diferentes medios de comunicación, con Internet cada vez más a la cabeza, insistimos, como nunca juventud alguna ha crecido (Javier Elzo).

Hoy en día es muy difícil para un adulto ser una referencia ideal para los adolescentes, y no solamente por no estar suficientemente cerca o no estar cerca el tiempo suficiente. En un tiempo en el que todo se pone en duda y en el que nada parece sólido no hay que extrañarse de que les resulte complicado identificarse con ejemplos adultos cuyo lenguaje y aspiraciones parecen tan diferentes de los suyos. Se dan cuenta de que los padres no son tan sabios como creían en la infancia y de que los profesores se comportan, con demasiada frecuencia para su gusto, como unos meros agentes de transmisión de datos. Son conscientes de que han nacido y viven en un medio hiper-informado y pueden aventurarse a prescindir de la realidad impuesta previa para refugiarse en los iguales y buscar entre ellos sus posibles nuevos modelos de identificación, aunque sea en la forma transitoria tan propia de la vida al instante.

La imitación es la base para crear lazos, es lo que nos enseña a ser seres sociales, y lo primero que hay que hacer es imitar para después poder ser original (G. Rizzolatti). Todas las encuestas realizadas a menores, adolescentes y jóvenes nos dicen que, para ellos, la familia sigue siendo el principal agente de socialización, pero para crearse su identidad necesitan además explorar pautas y rasgos nuevos, es decir, encontrar en el exterior de ese primer círculo ejemplos diferentes con los que poder identificarse. Ese afán responde a lo que podría llamarse un anhelo de completar su deseo de felicidad interior con el eco de las obligaciones exteriores, y el salir a investigar a la vida que está más allá de nuestro ámbito adulto de influencia directa resulta ser algo primordial para así crecer de verdad, hacerse más plenos y reconocerse como alguien con un estilo nuevo y potente que se ajuste a lo que se quiere ser en adelante. Debemos alentarlos a que lo hagan pero observando, comparando y distinguiendo entre aquello que les deja un poso de autenticidad, verdad y nobleza y lo que no pasa de ser un enfoque de satisfacción inmediata de las apetencias materiales individuales y de adoración del valor supremo del yo.

Es evidente que si los educadores, por el mero hecho de ser adultos, quedamos un poco lejos de esos nuevos cauces de identificación que los adolescentes buscan lo tendremos crudo para influir tanto como quisiéramos con nuestro empeño de que tengan en cuenta cómo diferenciar a los buenos prototipos, y máxime cuando se ha entronizado socialmente la lógica del hacer lo que me apetezca y de la instantaneidad satisfecha sobre la lógica del hacer lo que deba hacerse. Pero como dicen en el pueblo de mis padres, no nos queda otra que intentarlo para que al menos esos criterios que les aportamos se aposenten y resuenen en su cabeza y entren en liza con el resto de ideas que les guían o sacuden, unas ideas que pueden hacerles estar imbuidos de sí mismos sin que alcancen a percibir la necesidad de explicarse, de justificarse o de confrontar su pensamiento con la crítica.

Nuestro apoyo a los alumnos en este asunto puede consistir en aportarles certezas de valoración con las que lanzarse a sus exploraciones, pero siendo directos y diciéndoles las cosas sin tapujos ni maquillajes. La autenticidad y la verdad sin edulcorar les impactan más que las blandenguerías del pensamiento líquido y conformista de los lugares comunes. Lo que les va a proteger de su fragilidad intelectual y emocionales la percepción de que si llevan a cabo el trabajo de mirada crítica que les proponemos respecto a los posibles ejemplares de identificación, podrán finalmente atinar en escoger los mejores materiales con los que construir lo que deben ser, es decir, lo que les perfeccionará y les hará sentirse verdaderos.

No hay que ponerse a la defensiva ni infravalorar sus tanteos de búsqueda de modelos ajenos, aunque nos parezcan banales e insuficientes. Cada alumno hace estos sondeos a su manera y hay que dejar que los contemple y los rumie a su ritmo, para que vaya ponderando qué es lo que mejor se ajusta a sus pretensiones y desechando lo que finalmente le sea inservible. Este proceso de incorporación y depuración va a estar cargado de novedades, sorpresas, decepciones, extrañezas y complacencias, pero lo deben recorrer como un proceso iniciático imprescindible para ir perfilando con sus aportes la definición de su estructura interior.

El cultivo del “hombre interior” (A. Wat) está bastante descuidado en estos tiempos. Se considera que adquirir conocimientos útiles para una carrera o un oficio que aporten dinero, poder o dominación es suficiente, pero eso no logra esconder el vacío espiritual que produce. Los adolescentes, con su rebeldía y su deseo de que todo sea nuevo y total, sólo se sentirán colmados y pletóricos cuando escojan patrones que sean ejemplares y cuyos retos e ideales alimenten su hambre de ser y hacer algo que les identifique como completos y valiosos no sólo hacia afuera, sino hacia ellos mismos.