LA ESCUELA DESEADA
A pocos días de terminar el 2015, y como es habitual, llega el momento de hacer balance, reflexionar sobre lo bueno y lo malo que ha acontecido. Lo malo, que nos sirva de experiencia, y lo bueno, para sentirnos más a gusto con nosotros mismos. Lo hacemos a nivel personal, pero también en el plano profesional. En este rincón de expresión de ideas sobre educación, me permitiré hablar en voz alta sobre un deseo en concreto que hace muchos años se repite. Me refiero a la escuela deseada, la escuela que siempre anhelo y que, a mi pesar, a veces solo se cumple un poco.
La escuela deseada por mí es aquella a la que asistimos, adultos y niños, con ilusión, con ganas de crear vínculos, con deseos de aprender unos de otros, a través del diálogo y la escucha; deseosos de generar conocimientos y, a su vez, satisfacer la curiosidad que nos estimula la creatividad. Una escuela pensada para romper estereotipos, una escuela que se piensa a sí misma como un espacio donde el alumnado transcurrirá muchas horas de su vida. Y como tal, estos momentos deben ser recordados con gratitud y con cariño. La escuela deseada es aquella donde se trabaja de forma cooperativa, donde prevalece el sentido común a la hora de tomar decisiones, donde las familias y el colectivo docente trabajan con ahínco por los principales protagonistas, los «alumhijos», como dice el autor José Antonio Marina.
Cuando hablo de la escuela deseada, no puedo dejar de pensar en cuáles fueron mis modelos que tanto influyeron en mi propia manera de enseñar. Ellas (aún sigue siendo predominante el colectivo femenino en los primeros ciclos educativos), maestras de verdadera vocación, creativas que preparaban sus clases con mucho esmero y me enseñaron que en la lectura había una combinación perfecta entre el placer y el aprendizaje, que los valores se enseñaban en la familia y que la escuela colaboraba en ello. Profesores y profesoras que cuando pisaban el aula, hacían despliegue de sabiduría y memoria prodigiosa —¡no existía el Power Point!—, y que aunque «aparentaban» ser estrictos, nos escuchaban si había algún problema en la clase; o interrumpían la clase del día para demostrar la tristeza que les provocaba una guerra, como fue la de Las Malvinas. Nadie hablaba de inteligencia emocional, de coaching, o de PNL. Sin embargo, esta escuela se preocupaba por los alumnos-personas, y por nuestras inquietudes.
Entonces, la escuela de hoy, la que anhelo, es aquella en la que hay mucha dosis de afectividad, muchas ganas de trabajar por la verdadera inclusión, la que destierra palabras como «fracaso escolar», «este/a es un desastre», «no tienen ganas de aprender», «no les interesa nada», «solo se preocupan por el móvil», «no quieren compartir»… Una escuela que permite que las familias se impliquen, y no pasa nada si son pocas; ya serán más. Una escuela generadora de espacios de aprendizaje sustentados por los deseos e intereses de los protagonistas. Para lograrlo, los docentes deberemos cederles la palabra para que nos digan qué les preocupa, qué desean saber, qué sienten. Deseo una escuela de los afectos, que los conocimientos se olvidan, pero los cimientos emocionales dejan poso.
Anhelo que la escuela también sea un espacio de innovación continua, que se adapte a los cambios tecnológicos que servirán de apoyo a nuestra labor, la enriquecerán, y nos permitirán también motivar a los llamados «alumnos desmotivados». Una escuela que se cuestione más el cómo, que tenga la libertad para salirse del camino curricular, dejando el temor que provoca no a alcanzar los objetivos, ni cumplir con los contenidos propuestos. Una escuela que evalúe sin uniformar. Qué utilidad puede tener una misma evaluación para 25 niños o niñas, jóvenes, ¿diferentes? Una escuela que permita destacar siempre primero lo positivo, lo alcanzado y luego lo que está en proceso de conseguirse. Permitamos que la evaluación resalte lo conseguido y no sancione lo ignorado.
Mi escuela deseada es aquella que trabaja con empeño en el «anhelado» cambio educativo, pero con conciencia de que ese cambio debemos gestionarlo entre todos. ¡Que llegue la escuela alternativa!, «pero pronto», como anuncia una viñeta del querido Frato. Comparto con él, plenamente, también la escuela que él quiere: Una escuela que escucha, diversa, abierta a todo tipo de lenguajes, rica en estímulos, creativa, cooperativa, científica y democrática.
Por ello tengo esperanza en que el año 2016 (y los que me queden de docencia) sea el de nuestra escuela deseada. ¡Feliz y emocionante año 2016!
“Una escuela tiene que ser bella, porque si no es bella no es escuela.”
Marta Mata
Imagen de http://www.kireei.com/la-escuela-deseada-la-escuela-sonada/
Silvina…me gusta tu escuela deseada…ojalá se puedan cambiar y mejorar aspectos de la educación en las aulas…feliz año nuevo!!