22 diciembre, 2020

Por Silvia Álava Sordo – Doctora en Psicología.

El primer trimestre ha finalizado y llegan las ansiadas vacaciones de Navidad. Sin embargo, estas no son como habíamos esperado. La pandemia continúa y la amenaza de una tercera ola está en pie.

Ante esta situación no sólo la movilidad se ha visto reducida y es complicado juntarse en las fiestas, sino que también la dinámica de la escuela ha cambiado y por ejemplo, hemos tenido que prescindir de los tradicionales festivales de Navidad en la que cada clase hacía una actuación o cantaba un villancico.

Muchos padres y madres están muy preocupados y se preguntan si todos estos cambios pasaran factura a sus hijos e incluso si podrían generar un trauma a los más pequeños de la casa. La respuesta como muchas cosas en la vida es… “depende”. Hay muchos factores que debemos de tener en cuenta para evitar que esto ocurra. Así:

Una situación traumática no tiene por que ser un accidente, una catástrofe natural o un evento en el que nuestra vida haya corrido peligro. Un trauma surge cuando no hemos sido capaces de integrar el evento que hemos vivido. Las emociones que se han generado han sido de tal magnitud que nos han bloqueado y se han quedado atrapadas en nuestro “sistema límbico”, que es nuestro cerebro emocional. Sin embargo, cuando somos capaces de verbalizar lo que hemos sentido, por muy mal que lo hayamos pasado, el hecho quedará grabado en nuestra “memoria episódica” y será mucho más difícil que se genere un trauma. Por eso insistimos tanto en dejar espacio para hablar sobre lo que estamos sintiendo a lo largo de la pandemia, y sobre todo en favorecer que los niños y las niñas verbalicen sus emociones y que éstas sean validadas por los adultos, tanto los progenitores, como los docentes.

De esta forma cuando un niño o una niña nos dice que está triste porque no podrá pasar la Navidad con sus abuelos, o que siente rabia, porque quería ir a jugar con los primos, lo último que deberíamos hacer es decirle: “no pasa nada”, “no es para tanto” o aún peor “es una tontería”, de esta forma el mensaje implícito es: “tu emoción no es la correcta, no te deberías sentir así”. Y sin embargo, no existen las emociones correctas para esta situación.

Cada persona es un mundo diferente y tiene todo el derecho a sentirse como se sienta. Nadie tiene porque juzgar las emociones de los demás, y sin embargo con los menores lo hacemos muy a menudo. Por eso es tan necesario “validar las emociones”. Una fórmula para hacerlo podría ser decirles: “entiendo que estés triste por no poder ir a ver a los abuelos” o “entiendo que estés enfadada porque te apetecía mucho ir a jugar con los primos”. Incluso podemos compartir cómo nos sentimos nosotros, con frases del tipo: “a mí también me da pena”, o ”a mí tampoco me gusta, porque yo también quería ir”. De esta forma además de validar las emociones trabajamos la “percepción emocional” (nombramos la emoción que sienten) y la “comprensión emocional” (la causa de esta).

Sin embargo, tampoco conviene quedarse enganchado en esta emoción desagradable, por lo que podemos darles alguna estrategia para regular esas emociones, como puede ser una explicación de por qué no vamos a ir, como, por ejemplo, “no queremos que los abuelos se puedan contagiar”. Y les damos una alternativa que les ayude a pasarlo mejor, como podría ser, hacer una videollamada, jugar nosotros a algo…

Los niños y las niñas tienen una gran capacidad de observación, y se dan cuenta de que algo pasa, sin embargo, dado su propio desarrollo cognitivo, madurativo, emocional… no siempre saben interpretarlo. Por lo que necesitan que los adultos, los padres y las madres, y los profesores y profesoras, se lo expliquen con un lenguaje adaptado a su edad y a sus circunstancias. Necesitan que les “decodifiquemos” el mensaje, que se lo traduzcamos, para que lo puedan entender. Por ejemplo, podemos explicarles que esta navidad es diferente, que el coronavirus sigue y que por eso no podemos juntarnos, pero que, aunque “Los Reyes Magos” no vayan a pasar a saludar en la cabalgata para evitar contagiarse, seguirán yendo a cada casa, al igual que Papá Noel, pero quizás tengan que traer menos regalos que otros años, dada la situación…

El cómo los adultos les trasmitimos el mensaje también será muy importante. En ocasiones nos preocupa más a nosotros que a los niños, tenemos mucha ansiedad, creemos que lo van a pasar muy mal… y sin querer les estamos condicionando. Por eso debemos explicárselo desde la calma y la serenidad.

Se trata de mostrarles a nuestros hijos y alumnos que estas Navidades son diferentes, pero que pese a ello, podemos pasarlo bien. Dejando espacio para hablar de las emociones, poniendo el foco en lo que sí que se puede hacer y ayudándoles a pasarlo lo mejor posible.

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