18 junio, 2020

Por: Manuel Fernández Navas.

Profesor e investigador de la Universidad de Málaga.

Auténticos ríos de tinta ha vertido el COVID-19 en estos meses, históricos, excepcionales, que hemos vivido. Ahora que “parece” que empezamos a ver la luz al final del túnel, empieza el periodo más interesante. Al menos desde el punto de vista intelectual: el de repensar qué hemos hecho, cómo podríamos haberlo hecho mejor y qué haremos si se da una situación similar en el futuro (algo parecido a lo que Schön llamaría Reflexión sobre la reflexión en la acción). Es por ello que me siento  afortunado al haber participado en la investigación “Panorama de la educación en España tras la pandemia de COVID-19: La opinión de la comunidad educativa;  dirigida por Fernando Trujillo y realizada en el marco de Educación Conectada.

La historia del COVID-19 ha estado muy vinculada al ámbito sanitario. No obstante, me atrevería a decir, que otro de los sectores que más ha sufrido las consecuencias de la  pandemia ha sido el educativo.

En primer lugar, por la imprevisibilidad, recordemos que pasamos, prácticamente, de un día para otro, de una docencia presencial a una docencia completamente online. En segundo lugar, y derivado, en parte de esta imprevisibilidad,  la falta de preparación (a todos los niveles: formativos, de recursos, …) del profesorado y las instituciones educativas.

En estos meses de pandemia ha habido excelentes profesionales que han sacado tiempo de donde no lo tenían y han “inventado” recursos y soluciones  para atender a todo su alumnado. La investigación, ha mostrado que el profesorado ha afrontado un reto insuperable, en solitario y, prácticamente sin más ayuda que su profesionalidad. Con lo cual se encuentran abatidos, desmotivados y recelosos de la administración tras tamaño esfuerzo. 

Esta sensación, casi unánime del profesorado, que se ha sentido desbordado ha provocado, a mi juicio, una sensación de inseguridad, de vulnerabilidad, que puede casi tocarse, olerse, palparse, … en cualquier conversación educativa con profesionales del gremio: ¿qué pasará el curso que viene? ¿qué recursos tendré? ¿cómo evitar los errores? ¿Qué condiciones tendré realmente frente a las medidas de seguridad  que tengo que cumplir  para hacer mi trabajo?

Mi impresión, es que estamos en el momento balanza, como decía un buen amigo mío. Es el momento crucial en el que esta balanza puede inclinarse hacia un lado o el opuesto.

Podemos, por un lado, inclinar la balanza para conseguir una sociedad más justa, donde haya más igualdad de oportunidades o, por otro lado, inclinarla para crear una sociedad donde las diferencias sociales sean más amplias y en esta decisión, la educación tiene una labor crucial.

Para ello es necesario dirigir la mirada hacia el asunto central y dejar las cosas accesorias de lado (aquello de que los árboles no nos impidan ver el bosque). 

La principal labor de la educación es la compensación de desigualdades sociales. Para aquellos que piensen que la escuela está para formar o para dar contenidos, la respuesta es sí, porque bien trabajados fomentan la autonomía de los y las ciudadanas, pero su labor principal es compensar desigualdades sociales.

La escuela, como entidad educativa, propicia la igualdad de oportunidades, y muchas veces es el refugio de niños y niñas en situación de vulnerabilidad que solo en el aula pueden construir determinadas competencias sociales.  Los docentes , en nuestras clases, frente a nuestros niños y niñas, somos el último bastión, la pieza más importante del engranaje de la compensación de desigualdades que nos encarga la sociedad en su conjunto.

Según hemos podido ver en la investigación, el profesorado ha sido muy consciente de esta tremenda responsabilidad durante el confinamiento, quizás de ahí que hayamos detectado claramente en la investigación esa desconfianza, esa desilusión que parece haberse instalado en el profesorado.

Y es que esta, es una enorme responsabilidad ligada per se a la educación, pero especialmente, al curso que viene: 

¿Cómo ofrecer igualdad de oportunidades a todo mi alumnado en una situación impredecible como la que se anticipa?

La respuesta es sencilla: no es posible… pero nos pagan por intentarlo… con o sin recursos, contra viento y marea, hasta nuestro último aliento. No obstante, igual que somos conscientes de nuestra responsabilidad, es de recibo pedir a las demás instituciones que cumplan la suya; ya que la educación es una responsabilidad de toda la sociedad, no sólo del profesorado. Es por ello que hay que reclamar que todos los implicados estemos volcados en ella.

La formación del profesorado va a ser clave si se quiere apostar, de verdad, por la educación. 

Pocas situaciones como esta ha habido en la historia de la educación para producir un choque tan potente de todo lo que el profesorado conocía y replantearse sus creencias: el profesorado tiene unas necesidades muy reales y es ahora, conectándolas a estas, donde la formación puede ser capaz de conectar y convertirse en una herramienta potente para el cambio del pensamiento docente, y con ello de la educación.

Veíamos en la investigación que el profesorado reclamaba conocer aquellas buenas prácticas de compañeros y compañeras durante el confinamiento. Aquellas innovaciones que han funcionado durante el confinamiento. Aprovechémoslas, difundámoslas, creemos espacios para compartirlas, para examinarlas, para repensarlas, … para fomentar la transferibilidad.

Es necesario también que la sociedad empiece a valorar la labor del profesorado (y por supuesto el profesorado estar a la altura de esta labor). Ahora que muchas familias han tenido en sus casas durante todo el día a niños y niñas, es momento de valorar el trabajo docente.

Se habla de crisis, se anticipan recortes… pero si de verdad queremos inclinar esta balanza hacia una sociedad más justa, menos desigual, no sólo no se debe recortar, sino que hay que invertir en educación: con criterio, con rigor, en las cosas que realmente deriven en una mejora del sistema educativo y de la calidad de los procesos de aprendizaje del alumnado… pero invertir. Si somos capaces todos juntos: administración, profesorado y sociedad, de ser conscientes del momento crucial que vivimos y de “remar en la misma dirección”, no me cabe duda de que podría ser un momento excelente para cambiar todas aquellas cuestiones que llevan años reclamándose desde el sector educativo. 

En este sentido, hay motivo para la esperanza. Tal y como hemos visto en la investigación existen algunas cuestiones muy positivas y que tienen que ver con nuevas percepciones del profesorado:

  • La necesidad de que los centros se consoliden como una red de trabajo 
  • La necesidad que han cobrado, y de la que es muy consciente el profesorado, contenidos y competencias que hasta ahora tenían un papel más secundario: la autonomía del aprendizaje del alumnado, la gestión emocional, …
  • Recuperar la idea de redes de trabajo docente más allá de los propios centros.
  • La necesidad de feedback sobre cómo está el alumnado, qué necesidades tiene, y cómo son las condiciones que rodean a su aprendizaje,… que reclama el profesorado y que tiene mucho que ver con la evaluación formativa de la que nos hablaba Álvarez Méndez.

El tiempo nos dirá si hemos estado a la altura del momento histórico que estamos viviendo…

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