30 noviembre, 2024

Ya no es noticia porque lo hemos incorporado en las seguridades de cada día. Igual que salir de casa y encontrar la misma calle cada vez, igual que poner una canción y que la letra siempre sea la misma letra. Pero esto no ha sido siempre así.

Un día comenzaron a escribirse cuerpos normativos en los que se recogía el derecho a la educación. Entonces no se daba por hecho. Entonces, que se reconociese como universal ese derecho era una utopía. Y, sin embargo, ahí está, y lo tenemos aceptado, incorporado a lo que venimos a llamar nuestras certezas.

En nuestra sociedad lo tenemos por escrito en el artículo 27 de la Constitución, que este próximo día 6 de diciembre cumplirá cuarenta y seis años.

“Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales.”

El pleno desarrollo de la personalidad, la libertad de enseñanza… en el respeto a los principios de convivencia.

¿Y a quiénes consideramos garantes de este derecho?

 ¿Por qué, si lo tenemos tan claro, aún no están socialmente incorporados en el nivel de consideración en el que deberían estar?

Maestras y maestros, profesoras y profesores, vocacionales en su mayoría, en quienes la sociedad deposita una responsabilidad inmensa y para quienes esa misma sociedad aún no ha encontrado el modo de otorgarles el prestigio que merecen.

Es urgente reivindicar el ingente valor de la docencia

No existe una profesión en este momento, a pesar de las muchas que se están incorporando al ámbito de la influencia, que tenga una mayor incidencia en la transformación de la estructura social y en su devenir, y que influya de manera más efectiva en el avance de la moral y la ética de las próximas generaciones.

No hay otra que la iguale en esa capacidad de mejorar la sociedad, y, sin embargo…

La mayoría del profesorado de secundaria siente que su labor no está suficientemente valorada.

En el mundo es el 31% del total el que piensa que su profesión sí es valorada, y en España es sólo el 8% quien siente esa valoración social hacia su profesión.*

Y partimos de una situación muy positiva, que es la aceptación prácticamente total del derecho a la educación como uno de los pilares fundamentales de nuestra estructura social, de ahí que las reivindicaciones del profesorado deberían parecer siempre justas y de importante aplicación.

Reivindicaciones como menores ratios de alumnado en las aulas, como una mayor atención a la diversidad de sus grupos, como recursos para erradicar cualquier tipo de violencia en el ambiente escolar, y como una valoración de su trabajo que se refleje también en sus salarios.

Dignificar las profesiones de la educación.

No resulta cada día más sencillo desarrollar la docencia, y debería serlo. Una de las profesiones más hermosas en su esencia debería estar lejos de ser una fuente de frustración y de riesgos para la salud mental de quienes la ejercen.

Este trabajo, que busca alejarse de la idea de hacer clones para una sociedad de consumo basada sólo en el trabajo, y, por otra parte, también busca ampliar el concepto del otro extremo de enseñar sólo a aprender, es una profesión compleja que precisa una implicación emocional muy intensa además de la intelectual.

A ese reto diario que sucede, igual que suceden las puestas de sol, la sociedad, en general, no le da el valor extraordinario que posee.

Una profesión imbuida de necesidades de cambio, que recibe consignas cada poco tiempo que en ocasiones llegan a ser contradictorias, conceptos que van incorporándose en el camino: renovación de formatos, adaptación a nuevas tecnologías, construcción de la empleabilidad, enseñar a buscar más que a almacenar conocimiento, centrarse en las competencias y no tanto en los contenidos, trabajar por proyectos, proponer labores grupales…

La formación en el pensamiento crítico unida a la consolidación de los conocimientos suficientes para ejercerla.

Una profesión en continua y perseverante transformación que es, sin duda, la que más va a influir en las transformaciones de los próximos años.

No se puede imaginar un país más próspero, más amable en el que vivir, más justo, más solidario; más digno, en una palabra, sin la participación activa, convencida y satisfecha del profesorado, no se puede.

Una de las profesiones más hermosas en su esencia debería estar lejos de ser una fuente de frustración y de riesgos para la salud mental.

Trabajando desde la escuela allá donde otras instituciones no llegan, en frentes como la prevención de adicciones, como las relaciones interpersonales conectadas y no conectadas, como la lucha contra las desigualdades de todo tipo y el respeto a las diferencias.

Para todo eso se cuenta con maestros y maestras, profesores y profesoras, para todo eso y para mucho más.

Y por eso es curioso constatar que sigan sintiéndose centro de críticas y tengan la sensación de que se culpabiliza a su profesión de situaciones en las que no tienen recursos para intervenir o que escapan de su cometido.

Muchas familias han entrado en ese juego, el de la desconfianza y la separación. Y esto es algo que hay que corregir.

La desconfianza de las familias repercute directamente en el comportamiento del alumnado hacia sus docentes. Cada día hay ejemplos de este distanciamiento que en ocasiones se transforma en faltas de respeto y conductas negativas.

Es urgente reivindicar el ingente valor de la docencia.

Cada quien desde su lugar en la sociedad, es urgente garantizar las mejores herramientas para que el derecho a la educación ocupe un lugar de honor entre todos los derechos de la infancia.

Revalorizar la profesión para que sea atractivo su ejercicio, más allá de la vocación. Para que sea una opción que despierte el interés de quienes tienen la mejor cualificación para ejercerla.

 

* Datos del “Estudio Internacional sobre Enseñanza y Aprendizaje”, conocido como TALIS (Teaching and Learning International Survey),

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