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Sesgos que van, sesgos que vienen

Las personas tomamos entre treinta y tres mil y treinta y cinco mil decisiones diarias. Lo realmente curioso de esto es que la inmensa mayoría de esas decisiones las tomamos de manera automática, algunas son actos reflejos, otras no las consideramos decisiones porque finalizan en acciones que realizamos cada día. De esas decenas de miles de decisiones, apenas cien diarias las tomamos de forma consciente y meditada.

Este dato sorprende a mucha gente, que tiene que pararse a pensar sobre ello y detectar qué es y qué no es una decisión personal. Arrancar el coche, tomar el autobús, correr hacia la parada, abrir un paraguas, comprar el pan, preparar el café, ducharse, abrir un poco más el grifo del agua caliente…

Es sorprendente también ese dato porque revela hasta qué punto nuestra vida está gobernada en un altísimo porcentaje por procesos no deliberados.

Podríamos decir que vamos con el piloto automático puesto, y que esta dependencia de decisiones no meditadas es la puerta de entrada para que los sesgos inconscientes influyan en nuestras acciones, los llamados sesgos culturales determinan nuestras decisiones mucho más de lo que podemos imaginar, desde las menores hasta las de mayor importancia.

A cualquier edad, y, por lo tanto, muy notablemente en la adolescencia.

Desde qué noticias leemos hasta qué carrera elegimos.

Desde con quien quedamos a dar una vuelta hasta de qué lado nos inclinamos ante un conflicto internacional.

 El piloto automático de nuestra mente

¿Alguna vez has llevado gafas de sol durante tanto tiempo que has olvidado que las llevabas puestas? Una vez que nos acostumbramos a percibir el mundo a través de una lente determinada de creencias e ideas, podemos olvidar fácilmente que esa lente existe.

Esto recuerda en parte a aquel aforismo de Ramón de Campoamor que escribió en su poema Las dos linternas: «en el mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira».

Nuestros sesgos y creencias culturales se vuelven invisibles, como esa lente oscura, tiñendo nuestra percepción sin que nos demos cuenta.

El cerebro humano está diseñado para usar atajos mentales. Estos atajos son útiles para tomar decisiones rápidas, a cambio, pueden comprometernos cuando los aplicamos a personas y situaciones complejas.

Los hilos invisibles

 Estos sesgos culturales que no vemos y que no tomamos la molestia de identificar moldean nuestras decisiones, las automáticas y en muchas ocasiones también las conscientes. Son hilos invisibles que cosen nuestras acciones y determinan nuestro paso por la Tierra.

 Internet devuelve a cada quien sus sesgos

Los sesgos culturales ―definibles como la tendencia a interpretar y juzgar fenómenos: costumbres, comportamientos, teorías, según los estándares, valores y creencias de la propia cultura, lo que puede llevar a malentendidos, estereotipos y discriminación― no solo operan dentro de cada mente, sino también en los sistemas que cada persona utiliza a diario.

Los trabajos cooperativos en la educación secundaria se ven determinados en muchas ocasiones al ser enfocados desde una sola perspectiva cultural

En la anterior entrada en este blog de Educación Conectada hablamos de los algoritmos de internet, de las burbujas de filtro y las cámaras de eco; esto opera también en este asunto particular de los sesgos culturales.

Como vimos, las redes y los motores de búsqueda muestran el contenido que le encaja a cada cual con sus intereses y opiniones previas con el objetivo de que pase más tiempo pendiente del dispositivo conectado.

Por ejemplo, si dos personas consultan el mismo periódico digital desde sus móviles, es probable que las noticias destacadas sean diferentes, personalizadas según su historial de búsqueda, su ubicación o sus intereses. Al rodearnos de opiniones similares, esta retroalimentación constante puede hacernos perder la perspectiva y la capacidad de pensamiento crítico.

Y si a ello sumamos ese matiz de la mirada que aportan nuestra enculturación, será aún más difícil que tomemos decisiones derivadas de tener en cuenta el más amplio argumentario posible.

La inteligencia artificial no es neutral

 También está sucediendo con la IA que replica (e incluso magnifica) los sesgos y prejuicios de quienes la crean y la alimentan. No olvidemos que la IA es entrenada por las personas que la utilizan.

Las adolescentes en «la trampa imposible»

Por pensar por un momento en un sesgo cultural concreto que nos sirva de ejemplo, hay uno que está arraigado en nuestra cultura, tanto en entornos laborales como en los escolares, que es el llamado sesgo de agradabilidad.

Este sesgo se fundamenta en la creencia cultural inconsciente de que las mujeres deben ser amables y solidarias, mientras que de los hombres se espera que sean resolutivos y no se espera de ellos que sean especialmente amables, pueden ser, incluso (como en los últimos tiempos son algunos de los líderes más aceptados) maleducados y despóticos.

Este sesgo cultural crea una doble penalización para las adolescentes:

Por un lado, si se muestran firmes y asertivas son percibidas como “duras, agresivas o mandonas”, lo que suele ir aparejado a una menor aceptación social. Por otra parte, si son más amables y solidarias, cumpliendo con la expectativa cultural, a menudo se las percibe como menos competentes y menos válidas para una vida profesional futura.

Este sesgo cultural de la agradabilidad, que está tan arraigado que muy poca gente lo ve, tiene de malo que obstaculiza sistemáticamente el avance del talento femenino desde las edades de formación.

Estos sesgos culturales que no vemos y que no tomamos la molestia de identificar moldean nuestras decisiones, las automáticas y en muchas ocasiones también las conscientes.

Hay otros sesgos culturales que están asentados en nuestra sociedad y que determinan las realidades de jóvenes y adolescentes:  En esta misma línea, el sesgo de desempeño y atribución, por ejemplo, que lleva a subestimar sistemáticamente el rendimiento de las mujeres y sobreestimar el de los hombres.

La aceptación o no de compañeras y compañeros de clase en función de las culturas de las que provienen o a las que pertenecen sus familias está a la orden del día. Éste sesgo puede derivar en posteriores comportamientos sesgados, como, por ejemplo, en realizar una selección de personal en función de afinidades culturales y no de capacidades para el puesto, o en prestar mejor o peor atención sanitaria basándose en sesgos étnicos por parte de profesionales de la salud que llevan puestas las gafas de sol de la discriminación sin darse cuenta.

Cómo se interpretan los eventos que se plantean en los centros en función del poso cultural familiar o personal es también otro más de los efectos procedentes de los sesgos culturales.

En cuanto a los trabajos cooperativos que tan de moda están en la educación secundaria, se ven determinados en muchas ocasiones al ser enfocados desde una sola perspectiva cultural, alejándose de una posible visión ampliada que aportaría la necesaria transculturalidad.

¿Y si se están perdiendo parte de la información a cuenta de nuestra enculturación?

Este fenómeno tan extendido de los sesgos culturales es especialmente preocupante en el caso de menores de edad, ya que limita su acceso a realidades diversas, puede moldear un carácter pasivo y reduce la curiosidad y las inquietudes que son naturales en niños y adolescentes.

Sin alarmismos, tenemos que transmitirles una certeza: existen fuerzas invisibles que moldean sus decisiones y su visión del mundo.

Ser consciente de estos sesgos es el primer paso. Tomar medidas para ir matizándolos primero y eliminándolos después, es algo muy interesante.

 

 

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