Las instituciones educativas se ven claramente beneficiadas si se produce una buena coordinación con las familias, pero no es la práctica más habitual. En la mayor parte de las ocasiones la única relación que se establece es a través de las reuniones para hablar sobre el progreso de los estudiantes. En dichas reuniones se suele recoger información, así como ofrecer pautas y recomendaciones pedagógicas para comprender adecuadamente la realidad que está viviendo el estudiante. Estas reuniones resultan de mucha utilidad y son la vía de comunicación personal más relevante que encuentran las familias.
Sin embargo, podemos establecer otros cauces, más participativos, que nos permitan aunar esfuerzos en el desarrollo de nuestra labor conjunta.
La mayor parte de los estudios realizados sobre las escuelas con mejores resultados, ponen de relieve que este es uno de los factores que más influye. Desde el punto de vista académico la mejora es clara, pero también lo es con respecto a la convivencia que se da en el centro. El trabajo en este aspecto, donde las familias tienen tanta importancia, es una de las cuestiones que más puede influir para que un centro ponga en marcha un proyecto familia-escuela.
Las mismas expectativas de las familias suelen ser uno de los factores fundamentales para que mejoren los resultados. Si ellos colaboran en el diseño de alguna de las estrategias pedagógicas se sentirán partícipes, implicándose más en la educación de sus hijos y apoyando claramente el trabajo de los docentes.
Todas estas cuestiones suelen llevar a un aumento de la motivación por parte del alumnado, que siente como la familia y el centro trabajan de forma conjunta en su beneficio.
Es evidente que, en la sociedad en la que vivimos, se ha difuminado mucho la frontera entre la escuela y la familia. De la división tradicional entre educación y conocimiento, hemos pasado a un ámbito donde las dificultades de tiempo, los avances tecnológicos y las diferentes tendencias pedagógicas, hacen que cada vez tengamos una división más diluida de nuestras funciones. Por esta razón, precisamente, es conveniente sentar unas pautas adecuadas para la colaboración familia-escuela.
Para que este trabajo pueda llevarse a cabo de forma efectiva, es necesario que la participación parental esté gestionada en un ámbito de colaboración real, donde las familias puedan sentirse cómodas para llevar a cabo las diferentes propuestas. Para poder gestionar esta participación, es conveniente que el profesorado ponga la iniciativa en marcha atendiendo a la realidad de las aulas. De esta manera tanto las actividades conjuntas como las reflexiones sobre el proceso pedagógico, podrán llevarse a cabo de forma útil para el centro.
Parece evidente, pero esta cuestión es quizá una de las más importantes. Cualquier trabajo conjunto debe estar pautado. Si no es así, en lugar de propiciar mejoras pedagógicas, nos llevará a incidir en los problemas sin alcanzar soluciones reales para nuestro centro. El hecho de repartir trabajos y gestionar los esfuerzos de forma planificada, hace también que no se produzcan tiranteces entre los docentes y las familias porque cualquiera de los dos considere que el otro está metiéndose en su terreno. No hay nada como una buena organización, acordada desde el principio, para que las diferentes dinámicas sean lo más fluidas posibles.
En cuanto a las iniciativas en sí, hay numerosos centros que han puesto en marcha propuestas de comunidades de aprendizaje. Los resultados obtenidos en la mayor parte de ellos han sido de una clara mejora, por lo que conviene tener en cuenta la posibilidad de introducir dichas dinámicas, transformando el proceso de trabajo mediante el aprendizaje dialógico. En los centros donde sea conveniente poner en marcha estas iniciativas se podría empezar con actividades tanto de trabajo conjunto como de reflexión pedagógica. El profesorado y las familias serán muy favorables al hecho de que se produzcan intervenciones para mejorar facetas concretas del centro. Esto puede dar lugar a que en un futuro tengamos todavía más posibilidades de colaboración. Algunas de las más normales pueden ser talleres sobre las diferentes culturas que integran el centro, talleres para mejorar aspectos relacionados con el edificio o las aulas, talleres artísticos o literarios… Todas las herramientas que tengamos a nuestro alcance para propiciar la comunicación, así como la comprensión de la visión de los otros, serán claramente positivas.
También será conveniente llevar a cabo planes conjuntos, puesto que el hecho de tener también la visión de las familias completará el trabajo del profesorado. Por otro lado las familias se sentirán partícipes de cualquier plan de mejora que se ponga en marcha en el centro, lo que contribuirá a su implicación en los mismos.
En este aspecto se podrían trabajar planes de convivencia, planes para erradicar el absentismo, planes para facilitar la integración multicultural, o para favorecer la integración de alumnos con necesidades educativas especiales. A esto podríamos añadir la puesta en marcha de planes de mejora o de innovación, sobre todo aquellos que tienen una gran influencia en el centro y que necesitan del apoyo decidido de las familias.
Es totalmente absurdo que trabajemos de forma aislada cuando tenemos tantas posibilidades para mejorar juntos. El hecho de poner en marcha dinámicas de este tipo puede suponer una gran mejora en nuestro centro. Sobre todo si conseguimos transformar también el proceso de trabajo pedagógico.