Tanto en mi blog personal como en las entradas de este, suelo sugerir recursos, enlaces a webs, etc., sobre integración, interculturalidad y atención a la diversidad. Considero que es muy importante una buena base teórica pero la misma se complica a la hora de llevarla a la práctica en el aula. Sin embargo, esta vez, mi artículo será una reflexión en voz alta a cerca de un hecho penoso ocurrido la pasada semana y que mantuvo en vilo al mundo. No fue para menos. La prensa digital y de papel no ha cesado de añadir más datos a lo acontecido en el ataque terrorista de París. Destaco algunas frases:
-El Islam no insta a la violencia.
-La Policía abate a los presuntos autores de la masacre contra “Charlie Hebdo”.
-Los yijadistas buscados por matar ayer a un policía.
-Manuel Valls: “Cuando hay 17 muertos, es que ha habido fallos”.
-Es el odio que sube.
-París se prepara para la gran manifestación contra el terrorismo
Como se puede apreciar, las palabras violencia, masacre, matar, muerte, odio, terrorismo, entre muchas más, son las que destacan. Y entonces me he preguntado, ¿cómo hacemos los docentes que intentamos, día a día, generar espacios de debate, reflexión, armonía, para explicar a nuestro alumnado estos hechos? ¿Cómo hacemos para que en nuestro centro y en el aula, todos los días sean días donde se celebra la paz? Difícil tarea… Con estas noticias, a veces le doy toda la razón a nuestra querida Mafalda cuando pide que “Paren el mundo, me quiero bajar“. Y aún más… ¿Qué hacemos en nuestras aulas interculturales para demostrar que el respeto por todas las religiones, opiniones y voces de nuestros alumnos es el verdadero camino hacia la convivencia pacífica, frente a barbaries como la sucedida en Francia?
De esta manera, podría seguir cuestionando muchos aspectos de la realidad que estamos viviendo, y a la cual la escuela, por supuesto, no debe ser ajena. Estoy a cargo de aulas de Educación Infantil, por lo tanto estos interrogantes no surgen. Pero sí me preocupa el resto del alumnado, mis hijos, y jóvenes que están en plena etapa formativa. Este es el mundo que estamos “de-construyendo” los adultos. Quizás es una buena oportunidad para generar debate, al mejor estilo de Filosofía para niños, para tratar con profundidad el respeto que merecemos todos, aunque no pensemos ni sintamos lo mismo.
Pero, como lo malo y lo bueno son dos caras de la misma moneda, también se hacía viral una noticia que no hace más que enorgullecerme de nuestra profesión. El maestro César Bona aspira a ser proclamado el mejor profesor del mundo. ¡Sí, de ese mundo que Mafalda por momentos quiere dejar! El premio “Global Teacher Prize” considerado el Nobel de la enseñanza, será otorgado por Varkey Foundation y consiste en un millón de dólares. Quinientos candidatos de 26 países optan a este galardón, y entre ellos tenemos la suerte de que César, gracias a la insistencia de un amigo personal, se haya presentado y haya sido seleccionado.
Su propuesta educativa y su práctica profesional están basadas en interesantes proyectos que también traspasan los muros de su aula, como crear cortos con abuelos entrevistados por alumnos que contaban que querían ser de mayores hasta la creación de una protectora de animales virtuales llamada “El cuarto Hocico”, organizada por doce niños. Y muchos otros proyectos donde la empatía, dar la voz a sus alumnos, hacerlos partícipes de su propio proceso de aprendizaje, fomentar el desarrollo de la creatividad, aprender a hablar en público, inculcarles confianza pero, sobre todas las cosas, enseñarles a ser buenas personas. Y claro, metodologías que no son las convencionales, alarman a los padres, que a veces se inquietan por no ver a un maestro “convencional”, ya que como él mismo expresa “La educación es mucho más que meter datos en la cabeza”.
Una vez más, como tantas en estos más de veinte años recorridos por escuelas diferentes, urbanas, rurales, argentinas, valencianas, me nace ese hilo de luz que parece débil, pero que hace que las noticias buenas vuelvan a llenar mi mochila personal y profesional, con esperanza, con ganas de llegar al aula para también dejar de llenar la cabeza de datos y llenar el corazón de emociones.
Seguramente, la mayoría de docentes nos encontramos, en muchas ocasiones, con dificultades que son las propias de trabajar en aulas con tanta diversidad, sean esta de etnias o de creencias religiosas. Sin embargo, estoy segura de que ponemos el empeño diario de empatizar, no solo con nuestros alumnos y alumnas, sino con sus familias, porque considero que la comprensión es la base del entendimiento. Podremos estar más o menos de acuerdo con costumbres que son diferentes a las nuestras, pero tengo claro que debemos tener presente que, en nuestra aula, el respeto es el sustento de todo nuestro quehacer. Enseñar a ser personas, como lo intenta tan buenamente César, no es tarea fácil, pero no imposible. A la vista están los resultados: muchos de sus ex-alumnos lo recuerdan con cariño y sobre todo rememoran sus actividades tan innovadoras. Y es entonces cuando le digo en voz alta a nuestra pequeña Mafalda, ven, no te bajes que no todo está perdido…