Los medios de comunicación han vuelto a poner la Educación en los escaparates de sus primeras páginas, con el ministro Wert al frente y con algunos consejeros de Comunidades Autónomas “de frente”. Para el común de los mortales que ven estos toros desde la barrera, todo este asunto les suena a gresca política, entreverada de lucha ideológica más o menos subterránea, sobre todo cuando se tiene la convicción de que no se está atinando con la solución de los problemas casi endémicos que lastran los resultados educativos: cada vez que se habla de la educación escolar se nos refresca la memoria con el dato devastador de que los españoles tenemos el doble de fracaso escolar que el promedio de la OCDE (28% frente al 14%), y menos de la mitad de alumnos excelentes que el promedio europeo (un 3% de españoles brillantes frente al 8%).
Ahora bien, mientras los “estrategas” políticos emplean su tiempo en debatir, los docentes siguen entrando día tras día en el aula para lidiar con la realidad del aula, manteniendo el empeño de sacar adelante el currículum y buscando todas las fórmulas posibles para que los alumnos se comprometan con el aprendizaje y la excelencia de una formación integral. Es un esfuerzo constante y agotador que exige preparación técnica y destreza pedagógica, ganas de innovar para que el aula no se disperse y, especialmente en el caso de la educación secundaria, una mano izquierda muy hábil para no perder nunca de vista que tienen delante a personas con unas características muy distintivas: evolutivamente no tienen bien definida su identidad personal, carecen de estabilidad afectiva, les cuesta adoptar una decisión y suelen chocar con el mundo de los valores de los adultos, tanto los que tienen en sus casas como los que les dan clase en los institutos. En fin, ésta es una batalla que cualquiera que se pone frente a un aula conoce perfectamente.
Mi experiencia profesional ha abarcado durante años el trabajo con adolescentes y jóvenes con fracaso escolar, exclusión social y marginación pura y dura. Es decir, chavales que han tirado la toalla en lo escolar y con notables desajustes en su desarrollo personal y social. He colaborado a fondo con la FAD en programas de prevención y de educación para la salud, y durante bastantes años he recorrido un sinnúmero de institutos tratando de echar una mano a los profesores de secundaria con el programa “Convivir es vivir”. Una de las inquietudes que más compartían esos compañeros comprometidos con su labor era la de cómo acertar, a la hora de escoger y poner en funcionamiento contenidos y fórmulas educativas, con el objetivo de influir además de modo efectivo en el desarrollo armónico de sus alumnos adolescentes. En otras palabras, cómo hacer prevención de verdad en aspectos como las conductas de riesgo, las dificultades de la convivencia, la presión de grupo, el influjo de los medios de comunicación, las derivas violentas, las crisis de identidad, las esclavitudes de la figura corporal, etc.
A los que lidian día a día en las aulas no les cabe duda de que pese a que los alumnos adolescentes se hallan inmersos en una tormenta emocional y rechazan los valores adultos por considerarlos “convencionales”, al mismo tiempo necesitan, para manejarse en ese maremágnum, certezas válidas que provengan de adultos significativos, puntos fuertes de anclaje para filtrar lo que es válido y esencial para el conocimiento, estilos de pensamiento que les permitan desechar lo inútil y contraproducente, para de este modo ir construyendo su propio “saber de vida” (en palabras del psicólogo Vicente Pelechano).
Este saber no es otra cosa que una inteligencia discreta para manejarse, sin demasiados vaivenes, por los complejos meandros de su existencia. Está claro que prevenir es anticiparse, para que los alumnos consoliden pensamientos y conductas de salud integral, y estos aspectos los podemos ofrecer los docentes además de la instrucción estrictamente académica, y más cuando nos damos cuenta de que los alumnos en la adolescencia, antes de comprometerse con el estudio, el esfuerzo y el aprendizaje, primero necesitan comprometerse con enseñantes que sepan “tocar” los aspectos más candentes que bullen en su desarrollo. De esa manera esa figura adulta puede pasar a ser un personaje clave para ellos.
Ésta es mi presentación en este blog de “Prevención y Educación para la Salud” de Acción Magistral. Mi trabajo cotidiano con jóvenes cuyo poso de prevención ha sido escaso me ha servido para hacer el recorrido inverso, rebobinar para ver el proceso, ver qué les ha faltado y profundizar en aquello que puede y debe hacerse para atajar en lo posible los desastres que se pueden producir en los alumnos en caso de no intervenir de modo preventivo. A partir de ahora trataré de compartir con los que leáis este blog todo lo que pueda resultar útil y esclarecedor a este respecto, dando entrada a informaciones, comentarios, citas, referencias, etc., que puedan servir a este propósito. El objetivo de fondo es contar con el respaldo de los que accedáis a este blog, para intercambiar ideas, programas y experiencias que incidan en la educación de la salud de los alumnos de secundaria, así que gracias de antemano por vuestra participación.