Nos ha golpeado la realidad con la muerte del actor estadounidense Philip Seymour Hoffman por sobredosis de heroína. La transcendia de la celebridad ha logrado el eco mundial que solo pueden alcanzar algunas personas, pero yo me quedo con la conmoción de la razón de su muerte.
Leer la noticia de su fallecimiento, solo, en su casa, rodeado de extrañas circunstancia me ha llevado atrás en el tiempo, y es que los que conocimos aquellos barrios de los ochenta donde el caballo campaba por sus respetos no hemos podido evitar un escalofrio en la espalda, una sensación de desasosiego en la boca al notar el sabor amargo de una época que parecía olvidada.
Recuerdo aquellos años de instituto con claridad meridiana, a aquellos compañeros que se quedaron por el camino, comenzaron tanteando el terreno hasta que cedió bajos sus pies y no consiguieron volver a ponerse en pie.
Tengo un recuedo muy vivio, no puedo dejar de asociar las clases de Filosofía, cuando mientras nosotros descubriamos a Platón o Aristóteles, grupos de “yonkis” se inyectaban en el descampado al otro lado de la tapia del instituto; estaban tan cerca y a la vez tan lejos. Mientras nosotros intentábamos no perder el hilo de aquellos pensamientos lejanos, abstractos, ellos vivían otra versión de la realidad, un buscarse la vida en aquel barrio que carecía de tantas cosas y que negaba oportunidades y futuro a muchos.
Más tarde, ya en la Universidad aprendiendo a ser maestro, pude ver la otra cara de la moneda, la de los hijos de aquellos que vendían el veneno, eran igual de pobres; estaban igual de marginados que quienes lo consumían.
Me marco sobre manera aquel otro barrio, aquellos hijos sin padres porque la droga los había llevado lejos, a la carcel en la mayoría de los casos o a la muerte en el peor de los casos. Abuelos haciendo de padres, niños sin padres ni futuro en un circulo vicioso de marginación, dinero fácil y aislamiento social. Vivían, crecían y morían en su getho.
No era fácil ser maestro en aquellos colegios e institutos, en aquellos años donde la vida era diferente ahora. Sin duda, la pátina que el tiempo deja sobre las cosas nos hace mirar a los que sobrevivimos aquel tiempo con un punto de nostalgia; nos pasa estos días al ver la serie Cuentáme en TVE, son los ochenta la etapa del cambio, nuestros años de adolescencia y juventud cuando todo era posible y todo estaba por hacer.
Aquel tiempo paso, crecimos y ¿nos volvimos ingeniuos? Posiblemente lo seamos si pensamos que las adicciones son asuntos del pasado, la realidad nos ha recordado que da lo mismo lo alto que llegues, lo famoso que seas, … el único camino es decir NO.
No hay alternativas, no existen atajos, …, ahora miramos a nuestros hijos o a nuestros alumnos y pensamos en aquel tiempo con horror, debemos protegerlos, pero cómo.
La respuesta tan sencilla y tan compleja, con educación; con confianza en si mismos, haciéndoles conscientes de los riesgos; haciéndoles partícipes de sus propias vidas.
Vuelvo a Philip Seymour Hoffman, parece ser que su testamento que fue redactado hace años, quizás temierá ya por su vida o vaya usted a saber, deja muy claro algunas cosas sobre el fututro que quería para para su, entonces único, hijo. Debería criarse en New York o Chicago, cerca de la cultura, del teatro y el arte.
Considerba funcamental que la educación de su hijo fuera completa rica en estímulos y posibilidades, al tiempo que su fortuna, no podrá ser disfrutada hasta que no tenga veinte años, creo recordar, pero no podrá disponer de todo el dinero en ese momento, tendrá que esperar hasta los treinta para poder disponer de toda la fortuna.
Si lo pensamos era una persona cabal, quería para su hijo una buena educacion, poniendo el acento en la sensibilidad, en valores elevados que solo la cultura, esa que solo se puede obtener en centros culturales del prestigio de esas grandes ciudades. Al mismo tiempo, no ha querido dejar tras de si la opción que el dinero ciege a su familia, será cuando la educación y la madurez se conjuguen cuando podrá disponer de esa enorme tentación que le podría perjudicar en su proceso de crecimiento.
Interesantes lecciones de un final trágico para una vida difícil, compleja, a tenor de las informaciones que podemos leer en la prensa.
Necesitamos bienestar para crecer sanos, no solo material, sino también espiritual si me permitís la expresión, ese bienestar que emana de la educación. El equilibrio, siempre el equilibrio, es la única via que posibilita que nos formemos de manera idónea.
Regreso al comienzo, a mis recuerdos, a mi barrio … había poca cultura, había bastante necesidad y muchas almas se perdieron por el camino, no debemos ser ingenuos, esos males siempre acechan, más ahora que tenemos un permanente espejismo de felicidad non stop no dejemos que las sombras nos atrapen, iluminemos el camino hasta allá donde podamos a los que suceden, su futuro depende de nuestro buen hacer, no fallemos, permanezcamos alerta.