16 noviembre, 2014

A veces todo comienza con un ritmo compartido. Un obstinato que va repitiéndose constantemente, mientras uno tras otro los estudiantes entran en su ejecución. Poco a poco comienza la inclusión de nuevas voces, de nuevas singularidades en el trabajo en grupo. Entonces se produce la mezcla, la conexión ente la voz de todos y las variaciones que enriquecen el conjunto. Lo diferente se convierte en algo mágico y el ritmo del grupo, que mantiene su repetición, parece reforzar y sostener un trabajo de improvisaciones.

Recuerdo mi primera clases de música. Comencé trabajando con percusión porque pensé que sería la mejor forma de crear una participación inmediata. Cuando a los quince minutos veía un montón de caras sonrientes, dándose cuenta de que podían elevar un sonido conjunto supe que estaba funcionando. Y lo más sorprendente es que no les importaba ampliar cada vez más el grado de dificultad, incluir las variaciones de cada uno de los alumnos como parte de la obra. Pronto las improvisaciones, en las siguientes clases, empezaron a coordinarse para mejorar el resultado final. Cuando llevábamos medio curso, además de haber trabajado en otros ámbitos, la capacidad de coordinación colectiva entre los estudiantes era impresionante. En una rueda de improvisaciones les bastaba con hacerse un gesto para que un alumno continuase con la intervención anterior. Señalo esto porque disfrutar de la creación compartida se convirtió en un gesto de complicidad. Trabajar conjuntamente, cuando todos los estudiantes dependen uno de otro, teje entre ellos una impresionante cohesión. No existe competición, cada uno tiene un papel concreto dentro del conjunto y todos disfrutan de forma colectiva del ritmo que están elevando. 

Cuando comienzas a trabajar en el aula de música te das cuenta de la inmensa capacidad que tiene esta asignatura para trabajar la convivencia. No se trata únicamente de expresión emocional. Evidentemente, esta es una de sus principales posibilidades, los estudiantes pueden expresar lo que sienten y compartirlo con los demás sin utilizar palabras. Pero hay algo todavía más poderoso: conseguir que compartan su estado de ánimo y lo contagien a los demás, que sean capaces de trabajar de forma coordinada para elevar sus mundos interiores. Cuando se dan cuenta de la estrecha interdependencia que tienen, los alumnos comienzan a ayudarse mutuamente, a colaborar para conseguir mejores resultados y a respetar las diferentes individualidades porque son fundamentales para enriquecer el conjunto. 

Es curioso que al hablar de las distintas dinámicas de aprendizaje colaborativo y aprendizaje cooperativo, no nos damos cuenta de que, en muchas ocasiones, esas mismas dinámicas se están utilizando a diario en el aula de música.Todas y cada una de las actividades, desde las más simples a las más complejas, requieren de la participación y la colaboración de grupos de alumnos. La música, incluso teniendo en cuenta la importancia que se le da a su práctica individual, siempre ha sido una celebración colectiva para todas las culturas. Por esa razón debe serlo también en el aula de música, donde los estudiantes pueden, además, trabajar otra serie de cuestiones relacionadas con la convivencia a partir de su participación activa en el aula.

En este punto conviene señalar la gran cantidad de talleres de percusión que se realizan en diferentes municipios de nuestro país. Muchos de estos  talleres, como los que puso en marcha hace años Carlinhos Brown en Brasil, han contribuido de forma importante a mejorar la convivencia y favorecer la integración social de estudiantes en riesgo de exclusión. Otros alumnos, siemplemente, disfrutan de crear música con sus compañeros, lo que mejora tanto la relación entre las personas como también la capacidad para comprender al resto de los participantes. El hecho de tocar música grupalmente favorece toda una serie de aptitudes que mejoran la empatía, la coordinación y la capacidad para trabajar de forma conjunta. No sólo es necesario que cada uno haga su parte, además la debe hacer en coordinación continua con los demás, siguiendo el pulso y adaptándose a los otros. Precísamente por eso, la interpretación musical favorece también la flexibilidad mental, la capacidad de adaptación y la comunicación no verbal. Si trabajamos con improvisación, estas cuestiones son todavía más importantes, pues es necesario un gran grado de compenetración ente los diferentes intérpretes.

Todas estas razones hacen de la música y, particularmente, de la percusión por su inmediatez, una magnífica herramienta para trabajar la convivencia en el aula. No hay nada mejor que hacer algo bello entre todos para darnos cuenta de la importancia de los otros, de la necesidad de comunicarnos con ellos y de colaborar en las diferentes facetas de la vida.