13 enero, 2015

Ayer me paso algo curioso en el patio, los críos estaban jugando al fútbol y como casi siempre la cosa suele terminar en conflicto por un gol que parece que entra o una entrada más dura de lo permitido, pero ayer fue distinto porque uno de los niños que suele tener conflictos con los demás reclamaba su razón, en lugar de emprendar a golpes empleando malos modos pretendía razonar y hacerse entender, siendo sus compañeros los que no hacían lo posible para que el entendimiento surgiera.

Me llamo la atención y decidí intervenir en la situación, ese fue mi error, me puse en plan maestro, adulto que todo lo sabe pero que, al menos en esta situación concreta, no tenía ni idea de que iba la cosa. Sabía que pasaba algo desde la distancia pero no me tome tiempo para escuchar a las partes y ayudar, sino que impartí “justicia” sin pensar.

El niño que os comento que intentaba razonar se enfado, con toda la razón, conmigo porque no había dejado que ellos lo solucionaran. Después de admitir mi error y dejar que ellos solucionaran el problema como se supone que les animamos a intentarlo, me quede pensando en ello y la verdad que he llegado a algunas conclusiones interesantes.

La primera y fundamental es lo que viejo dicho castellano ya afirmaba, aquello de que del dicho al hecho hay mucho trecho.

Nos formamos en técnicas y dinámicas, leemos y reflexionamos en grupos de trabajo pero cuando llegamos a la realidad nos pierde la educación recibida y, en muchas ocasiones, mal digerida. En un pis pas ponemos remedio y ventilamos situaciones sin tener en cuenta todas las opiniones, ni considerar otros puntos de vista.

Otra conclusión que saque y que me averguenza mucho es mi lenguaje corporal, me enfrente al conflicto bien tieso en mi papel de adulto, maestro y director, ahí queda eso, vamos, no me cabían más medallas en el pecho … cuando en realidad tenía que hacer lo que hago en mi aula con mis niños de Infantil, sencillamente agacharme y hablar con ellos, que son de Primaria y parecen mayores pero no lo son, mirándonos a los ojos; escuchando lo que tenían que decir; repartiendo el turno entre todos para que cada uno pudiera escuchar al otro, etc. De libro, de primero de empatia … y me lo salté.

Ahora acabo de llegar a la escuela después de un día entero de reuniones en la Consejería sobre temas muy serios, de señores serios y muy aburridos, muy lejos de las preocupaciones del día a día y de la realidad de la escuela. Unos encuentros con muchas personas que miran como yo miré a mis niños en la escuela desde muy arriba.

Si les educamos en el respeto al otro, en el reconocimiento de su diferencia. Si ponemos en valor compartir y conocer a los demás los adultos no podemos saltarnos a la torera, valga la expresión, estos principios cuando nos venga bien o simplemente estemos enfadados.

Debemos partir desde la coherencia entre lo que decímos y lo que hacemos, yo ya he empezado hoy cuando he vuelto a la escuela pidiendo disculpa a los críos por no haber estado a la altura ayer, cada día se aprende algo y los maestros aunque seamos muy mayores también debemos hacerlo cada día, aunque en ocasiones nos cueste agacharnos para mirarles a los ojos.