A propósito del inicio de un nuevo curso académico, confirmemos cuáles son nuestros objetivos y la base de nuestra ética profesional. Así como los médicos antes de iniciar sus prácticas con pacientes confirman su labor bajo el juramento hipocrático, el gremio docente debería tener un juramento homólogo, fuese platónico o aristotélico. Aunque fuera más bien un adorno de nuestra conciencia, la verdad es que se trata de una profesión vocacional, a la que se supone un amor y devoción en su práctica que, dado el despliegue de medios y la entrega en los últimos años de la mano de un color verde esperanza, que ha sido marea, jauría, embudo o megáfono… pues sí, algún tipo de juramento (secreto) debemos hacer que se vincula a una responsabilidad y excelencia que es patrimonio de nuestro sector. Nuestras bases son (o podrían ser):
* Educar a todo el mundo, sin distinción.
* Educar en valores. Sin valores no hay educación. Se puede ser muy profesional, muy sabio, pero ser un maleducado.
* Educar para tener buenos resultados vitales fuera de la escuela, no educar para obtener buenos resultados escolares (y si no que se lo digan a Albert Einstein, Giuseppe Verdi, Agatha Christie, Salvador Dalí o a otros muchos tachados de “tontos, torpes, vagos…” en su etapa estudiantil. Os recomendamos un ingenioso libro con un sorprendente listado de ejemplos: Pouy, J.-B.; Bloch, S.; Blanchard, A. (2013), Enciclopedia de Malos Alumnos y rebeldes que llegaron a genios, Catapulta editores: Buenos Aires.
A veces estamos tan alejados de estas palabras tan básicas, que por nimias y repetidas que parezcan, muchos profesores explicamos a nuestros alumnos de dónde vienen. Pongámonos por un momento en la mente de uno de nuestros abuelos, uno de esos ciudadanos europeos, que allá por 1945, se encontraba horrorizado por guerras mundiales, dictaduras y penurias de todo tipo. ¿Qué pasó ese año? Pues en Londres, el 16 de noviembre de 1945 se declaró la Constitución de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Por circunloquios que parezca dar el preámbulo, vale la pena conocerlo y llegar hasta la parte del texto objeto de nuestro interés:
“Que, puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz;
Que, en el curso de la historia, la incomprensión mutua de los pueblos ha sido motivo de desconfianza y recelo entre las naciones, y causa de que sus desacuerdos hayan degenerado en guerra con harta frecuencia;
Que la grande y terrible guerra que acaba de terminar no hubiera sido posible sin la negación de los principios democráticos de la dignidad, la igualdad y el respeto mutuo de los hombres, y sin la voluntad de sustituir tales principios, explotando los prejuicios y la ignorancia, por el dogma de la desigualdad de los hombres y de las razas;
Que la amplia difusión de la cultura y la educación de la humanidad para la justicia, la libertad y la paz son indispensables a la dignidad del hombre y constituyen un deber sagrado que todas las naciones han de cumplir con un espíritu de responsabilidad y de ayuda mutua;
Que una paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos, y que, por consiguiente, esa paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad.
Por estas razones, los Estados Partes en la presente Constitución, persuadidos de la necesidad de asegurar a todos el pleno e igual acceso a la educación, la posibilidad de investigar libremente la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y de conocimientos, resuelven desarrollar e intensificar las relaciones entre sus pueblos, a fin de que éstos se comprendan mejor entre sí y adquieran un conocimiento más preciso y verdadero de sus respectivas vidas. En consecuencia, crean por la presente la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, con el fin de alcanzar gradualmente, mediante la cooperación de las naciones del mundo en las esferas de la educación, de la ciencia y de la cultura, los objetivos de paz internacional y de bienestar general de la humanidad, para el logro de los cuales se han establecido las Naciones Unidas, como proclama su Carta.
Artículo I
Propósitos y funciones
1. La Organización se propone contribuir a la paz y a la seguridad estrechando, mediante la educación, la ciencia y la cultura, la colaboración entre las naciones, a fin de asegurar el respeto universal a la justicia, a la ley, a los derechos humanos y a las libertades fundamentales que sin distinción de raza, sexo, idioma o religión, la Carta de las Naciones Unidas reconoce a todos los pueblos del mundo.
2. Para realizar esta finalidad, la Organización:
a) Fomentará el conocimiento y la comprensión mutuos de las naciones prestando su concurso a los órganos de información para las masas; a este fin, recomendará los acuerdos internacionales que estime convenientes para facilitar la libre circulación de las ideas por medio de la palabra y de la imagen;
b) Dará nuevo y vigoroso impulso a la educación popular y a la difusión de la cultura: Colaborando con los Estados Miembros que así lo deseen para ayudarles a desarrollar sus propias actividades educativas; Instituyendo la cooperación entre las naciones con objeto de fomentar el ideal de la igualdad de posibilidades de educación para todos, sin distinción de raza, sexo ni condición social o económica alguna; Sugiriendo métodos educativos adecuados para preparar a los niños del mundo entero a las responsabilidades del hombre libre;
c) Ayudará a la conservación, al progreso y a la difusión del saber: Velando por la conservación y la protección del patrimonio universal de libros, obras de arte y monumentos de interés histórico o científico, y recomendando a las naciones interesadas las convenciones internacionales que sean necesarias para tal fin; Alentando la cooperación entre las naciones en todas las ramas de la actividad intelectual y el intercambio internacional de representantes de la educación, de la ciencia y de la cultura, así como de publicaciones, obras de arte, material de laboratorio y cualquier documentación útil al respecto; Facilitando, mediante métodos adecuados de cooperación internacional, el acceso de todos los pueblos a lo que cada uno de ellos publique.
3. Deseosa de asegurar a sus Estados Miembros la independencia, la integridad y la fecunda diversidad de sus culturas y de sus sistemas educativos, la Organización se prohíbe toda intervención en materias que correspondan esencialmente a la jurisdicción interna de esos Estados”.
Y, poco después, el 10 de diciembre de 1948, en París, nuestros abuelos también vieron la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos promulgada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que en su artículo 26 deja constancia del derecho a la educación.
“1. Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3. Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”.
Ahora que nuestros gobernantes se empeñan en librar “guerras” contra sus ciudadanos, contiendas que “deben ganar” a toda costa erigidos en “señores feudales” de territorios extintos (sí, a menudo, utilizando una jerga más propia de películas de serie B o videojuegos violentos que de estadistas europeos)… no sé… desde este altavoz educativo proponemos la relectura pausada y meditada de aquellas bases que asentaron nuestros abuelos para no perder nunca la brújula de la nobleza humana.
La educación parte de la igualdad en dignidad. La Educación es la que contribuye a la libertad y a la responsabilidad de todas las personas. Hay que actuar en virtud de las propias reflexiones, ¿cómo? Educando en valores universales: justicia, libertad, igualdad y solidaridad (intelectual y moral).
Decía Francisco Giner de los Ríos: “para mejorar la educación dadme un maestro”. Vaya este artículo por los compañeros docentes de las Islas Baleares (Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera), por los 16.240 profesores (datos del INE, Instituto Nacional de Estadística del curso 2011-2012, referidos a la educación no universitaria), los 170.000 estudiantes (INE también, desde infantil hasta Bachillerato y ciclos formativos) y los cientos de miles de padres y madres de las islas. Desde el amor que nos guía por la educación, que el megáfono de nuestros desvelos consiga una educación de calidad y con futuro.