Son muchas las ocasiones en las que hemos visto como alumnos con buenas aptitudes para el aprendizaje no alcanzan el éxito escolar porque supuestamente “no quieren” y a sus padres, también, les hemos transmitido esa misma idea: “su hijo puede pero no quiere”.
Recientemente leí el libro de Roberto Aguado Romo, “Es emocionante saber emocionarse” y en él he descubierto una serie de claves importantes que hacen que esa frase en ocasiones tan manida de “puede pero no quiere” deje de tener significado desde el nuevo paradigma de educación emocional que el autor nos presenta en este libro cuya lectura recomiendo.
Tradicionalmente se nos ha planteado que la razón debe estar por encima de la emoción pero desde la perspectiva del modelo de Vinculación Emocional Consciente, Roberto Aguado nos habla de dos tipos de cerebro:
.- El cerebro tipo I, que es un cerebro gestionado desde la razón. Parafraseando a R. Aguado, ”cuando nuestro cerebro racional es capaz, desde su gestión, de cambiar la plataforma de acción engatillada y con ella la emoción que en ese momento vivimos, nos encontramos ante un cerebro instalado en un estado global de seguridad vital y, en ese momento, no es que la razón fulmine a la emoción, sino que activa otra plataforma de acción más adaptada y con ello otra emoción capaz de inhibir la anterior”, estamos ante el cerebro tipo I (donde la emoción es cambiada por la gestión racional).
.- El cerebro tipo II que es el estado de inseguridad global ( Aguado R., 2009) al que se llega cuando “el cerebro racional es incapaz de cambiar la plataforma emocional que determina la que en ese momento está activada, quedando secuestrada la mente en una emoción que no puede ser gestionada desde la razón (rigidez emocional)”. Es entonces cuando los universos emocionales se mantienen desde una perspectiva rígida como el miedo, la rabia, el asco, la culpa o la tristeza que impiden que “el drive emocional se comunique con el drive cognitivo” .Es cuando ese alumno sabe perfectamente lo que tiene que hacer, por ejemplo estudiar, pero no puede hacerlo. Y éste puede ser el inicio del fracaso.
Desde una serie de investigaciones llevadas a cabo desde el 2005 hasta el 2013, R. Aguado junto a otros investigadores han conseguido diferenciar diez universos emocionales básicos: rabia, tristeza, culpa, asco, miedo que son emociones básicas desfavorables; sorpresa, emoción básica neutra o mixta y alegría, seguridad, admiración, y curiosidad, emociones básicas favorables. Las tres últimas hasta ahora eran desconocidas pero no por ello necesarias. La seguridad nos lleva a sentir control, a estar en paz, a tener la sensación de enraizamiento. La curiosidad a poder explorar, tener intereses, salir de lo habitual. Y la admiración a poder aprender de los otros, imitar, aprender desde el aprendizaje por observación de modelos.
Si trasladamos el modelo de Vinculación Emocional Consciente y estos diez universos emocionales para encontrar una solución adecuada al “puede pero no quiere”, podríamos seguir este recorrido:
1º.- Intentar ayudar a descubrir junto a ese alumno que sea consciente de la emoción que está llevando a su comportamiento. Y una vez que esa emoción está identificada y consciente, hay que preguntar si esa emoción es adecuada para la situación que vive porque si no está ajustada a razón, hay que cambiarla y buscar otra (éste es el objetivo de la gestión emocional, ser capaz de pasar de una emoción a otra sin que intervenga la razón). Pero pasar de una emoción a otra requiere de un entrenamiento, y a ello se le puede entrenar a través de programas socioemocionales. Hace unos días, una niña de 5º de E.P. haciendo una valoración de lo aprendido durante un proceso sistemático de tres cursos en los que la tutora había trabajado un Programa específico, decía “Yo antes sentía cosas y no sabía qué eran. Pero desde que Irma (su tutora) nos ha enseñado las emociones he entendido muchas cosas que me pasaban porque ahora sé lo que siento y puedo contar lo que me pasa”. Éste sería un primer proceso de conciencia emocional, previo y necesario para poder posteriormente, aprender a pasar de una emoción a otra (regulación emocional)
2º.- Tener una vinculación con ese alumno para convertirse en un referente. Para alcanzar esa vinculación, hay un primer momento de Simpatizar (sentir lo que el otro siente, conocer la emoción en la que está instalado dicho alumno) para posteriormente Empatizar (ser consciente de la emoción que nos provoca sentir la emoción que el alumno siente y poder así, situarnos en la emoción adecuada para poder acompañarle desde la conexión). Una vez que hemos empatizado, y vinculado, entraremos en la fase de la Conducción (instalarse en la emoción adecuada para la situación que vive el sujeto). Y ésta es la seguridad, el mejor antídoto contra la rabia, el miedo, la culpa, la tristeza o el asco. Pero también, la admiración y la curiosidad son eficaces.
3º.- El siguiente paso será contagiar a ese alumno , vamos crear un clima donde estén presentes la seguridad ( le transmitimos nuestra seguridad en que lo va a lograr pero de forma paralela él adquiera la seguridad necesaria para hacerlo); la admiración ( vamos a convertirnos a través de nuestro comportamiento , nuestras acciones y nuestra ética personal y profesional en una persona modelo, a la que admira para, a su vez, admirar sus talentos y cualidades, haciéndoselo ver) y la curiosidad ( es el momento de utilizar distintas metodologías que pongan en valor la curiosidad desde un aprendizaje donde el alumno se convierta en el centro de todo el proceso y se sienta empoderado.
Posiblemente, después de todo este recorrido, el “quiere pero no puede” se habrán transformado en “quiero y puedo”.
Este modelo de Vinculación Emocional Consciente que diferencia cuándo podemos gestionar desde la razón (cerebro tipo I) y cuando es necesario hacerlo desde la propia emoción (tipo II) es extrapolable a todo tipo de situaciones de secuestro emocional que generan inestabilidad emocional, miedo, rabia, tristeza, culpa o asco (universos donde podemos encontrar un sinfín de emociones desfavorables).
El sistema emotivo es fundamental para nuestra memoria, nuestra personalidad pero sobre todo para nuestra capacidad de vincularnos y poder sentir emociones y de ser consciente de los que ocurre a nuestro alrededor.