16 mayo, 2013

Desde que los teléfonos móviles nos invadieron en los años 90 del siglo pasado hasta el tsunami tecnológico en el que nos vemos inmersos hoy, en un flujo constante de mensajes electrónicos, SMS, Whatsapps, tweets y demás, jamás he oído a nadie hablar de lo beneficiosos que han sido todos estos inventos para mejorar las habilidades de expresión escrita.

En un principio me cansé de oír que los adolescentes ya no sabían escribir sin usar constantemente las abreviaciones más variopintas fruto de la limitación de caracteres que nos ponían al escribir un SMS. De eso hace ya más de 15 años y algunos de esos adolescentes son ahora periodistas, escritores, académicos pero también bloggeros, twitteros y demás entes digitales que escriben de forma inteligible y correcta artículos y blogs que podemos leer sin tener que rompernos la cabeza para descifrarlos.

Ahora sabemos que esas abreviaciones, fruto de la creatividad que imponía la limitación de caracteres, forman parte del lenguaje informal y que las personas que los usan para comunicar con su pareja o amigos son perfectamente capaces de escribir un texto sin usarlos cuando se trata de un escrito formal, pongamos por caso, un blog sobre un tema del que son especialistas. Si bien es cierto que algunas de estas abreviaciones han pasado a formar parte del lenguaje común, está claro que tienen su propio terreno y no invaden otros. Se limitan a anuncios, carteles informativos, nombres de empresas, etc. Los tweets por ejemplo, aunque están también limitados por un número determinado de caracteres han adoptado otro estilo y no usan tantas abreviaciones, ya que son un tipo de comunicación masiva (algunos les llaman microblogging) en la que el mensaje es importante y simplemente está reducido a la esencia con la ayuda de algunas palabras clave (los famosos hashtags).

 Creo firmemente que los SMS, Facebook, Twitter e incluso Whatsapp han contribuido enormemente a aumentar la necesidad de escribir. Estos adolescentes tan criticados escriben muchísimo más diariamente de lo que escribíamos a su edad las generaciones anteriores. En lugar de obsesionarnos con lo bien o mal que escriben, creo que el hecho de que escriben debería ser un punto de partida para practicar la expresión escrita, algo que permitiría partir de sus conocimientos previos e incorporar las prácticas de escritura informales que usan fuera de la escuela.