9 junio, 2014

Voy cruzando el río/ sabes que te quiero…/ lo he pasado mal/ lo he pasado mal.  Una canción que hace no mucho tiempo tuvo su recorrido y que aludía al hecho de que cruzar un río, para llegar en este caso al amor que aguardaba al otro lado, tenía sus riesgos y peligros. En algunas películas del oeste solía haber una secuencia en la que los vaqueros tenían que cruzar un río lleno de rápidos, acosados por los disparos de los bandidos o de los indios que los perseguían. Era un momento lleno de tensión dramática. Los caballos avanzaban con dificultad removiendo el agua angustiosamente, los malos disparaban a los jinetes que espoleaban a sus monturas y algunos desventurados eran arrastrados fatalmente por las aguas tras haber sido alcanzados por los disparos. Sortear un río tumultuoso, una metáfora de algunos momentos de la vida, es una cuestión siempre arriesgada. En aquellas añejas películas a veces el jefe de la partida optaba por no cruzar el río en los rápidos para tratar de bordearlo buscando un punto más cómodo por el que atravesarlo, aunque eso supusiese un cierto retraso y la aproximación de los temibles perseguidores. El peligro se aplazaba un poco pero no se eliminaba y la incertidumbre fílmica no desaparecía hasta ver qué había sido mejor, si arrostrar a pelo las fuertes corrientes del agua  o desviarse río abajo buscando un vado de  escasa profundidad y fácilmente transitable, aunque con el riesgo de ser atisbados y cazados por sus perseguidores.

Prevenir es prepararse para saber detectar y saber reaccionar, con la mejor solución, frente a los rápidos de los ríos que se presentan en la vida. Es decir, los factores de riesgo. Trabajar con nuestros alumnos entrenándoles en la adquisición de factores de protección es enseñarles a andar con confianza para hacer frente a los avatares más dispares y complicados de la vida que les tocará vivir. Nuestras decisiones a la hora de elegir frente a los acontecimientos peligrosos, como les ocurría a los vaqueros de las películas, son las que condicionan nuestros resultados, y a nadie se le escapa que para sopesar qué es lo más conveniente, lo que corresponde hacer para sortear las situaciones amenazantes, es imprescindible contar de antemano con recursos variados cuya utilización permita el mejor resultado. Así son las cosas, o estás mínimamente preparado o te puede engullir la marea.

Todo lo que hacemos como padres y profesores produce un impacto en los alumnos, y lo que dejemos de abordar en su formación, si tiene que ver con los aspectos básicos que necesitan en lo referente a su despliegue vital equilibrado, lo irán a buscar a otra parte, por lo general en instancias marginales con sus soluciones casi siempre generadoras de conformismo, fragilidad o error. O simplemente les hará sentirse débiles y temerosos frente a las situaciones cuya complejidad y riesgo les sobrepase por no saber detectarlas a tiempo o frenarlas debidamente. Aleccionar en cómo gestionar riesgos es anticiparse a esos riesgos, ir por delante de ellos. Pueden provenir de los propios compañeros (acosos, actitudes racistas, presión de grupo, drogas, etc.), de los medios de comunicación (ideologías, consumismo, pornografía, etc.), de adultos (maltrato, abusos, sectas, etc.) o de ellos mismos (trastornos de la conducta alimentaria, depresiones, agresividad, baja tolerancia a la frustración, etc.).  

Anticipar no es asustarlos con abordajes ni presentaciones tétricas de los riesgos posibles, sino ir introduciendo poco a poco a los adolescentes en la consideración de esas situaciones y en cómo resolverlas a medida que, según su edad y circunstancias, les vayan llegando por así decirlo noticias de ellas. Ni que decir tiene que padres y profesores, trabajando en estrecha comunicación, deben tener el olfato fino para ir captando por dónde van los tiros de esas nuevas circunstancias que vayan apareciendo. No es tan difícil, es cuestión de ir percibiendo en los adolescentes los cambios más o menos bruscos, las pequeñas o grandes alteraciones, los desánimos, los retraimientos, los excesos, las salidas de pata de banco, los climas extraños y cualquier acontecimiento o sucedido que nos den una pista de que es el momento adecuado para actuar, ofreciendo participación y recursos para desentrañar y conjugar los posibles riesgos. Por ejemplo, si un profesor observa una radicalización en la conducta excluyente entre los grupos naturales de alumnos del aula, puede abordar qué son los estereotipos, los problemas serios que acarrean y qué hacer para no dejarse arrastrar por ellos.

Vadear es pasar un río u otra corriente de agua profunda por un lugar con fondo firme, llano y poco profundo en el que se puede hacer pie. La seguridad de hacer pie, de no meterse en barullos extraños y de saber sortearlos sin haberse chamuscado demasiado es el efecto saludable de una buena prevención. Tal vez no sea posible conocer con toda anticipación todos los riesgos que merodean a los alumnos, pero la experiencia de conocer una serie de claves de afrontamiento, explicadas, aprendidas y compartidas en grupo bajo la batuta de sus profesores, hará que cada adolescente vaya elaborando de modo natural su propio estilo de protección, generalizando su aplicación a los restantes riesgos que le vayan saliendo al paso. Sólo habrá hecho falta sensibilizarlos al respecto de antemano, sin escamotearles el hecho de que, aunque sepan encontrar los mejores vados, siempre tendrán que mojarse los pies y necesitarán echarle valor y esfuerzo.